Por Alberto Rueda
La visita del Papa Francisco a Tierra Santa, marca un episodio relevante en la historia geopolítica del mundo y del catolicismo en sí mismo.
A pesar de los riesgos que una visita como esta conlleva, ante grupos radicales que habrían podido generar ataques que ensombrecieran los actos político-religiosos, Francisco ha decidido tomar las riendas de la agenda política para el Estado Vaticano, con el fin de impulsar acciones encaminadas a recuperar la confianza de quienes han perdido la fe en la institución.
El argentino ha confesado no temer por su vida y actuar con determinación, pero la visita a Israel y a la región palestina causó inquietantes expectativas en torno a una posible independencia de Palestina que podría terminar de cocinarse en territorio Vaticano.
Entre los hechos a destacar, vale la pena mencionar la llegada de Francisco directamente a Palestina, sin hacer escala en Israel, argumentando “razones prácticas”, lo que muchos hemos traducido como un abierto apoyo a los ciudadanos palestinos en pro de su libertad.
A diferencia de Francisco, el recién nombrado santo, Juan Pablo II tanto como Benedicto pusieron pie en Israel, antes que en Palestina.
El líder de la grey católica pudo conversar libremente con el “presidente del Estado de Palestina”, Mahmud Abbas, sin embargo, Israel no ha reconocido que estos gestos sean el preludio de cambios sustanciales en los históricos conflictos; tampoco los palestinos son idealistas.
Otro signo que llama la atención de la estancia del Papa a Tierra Santa, fue la visita que hizo a la tumba de Theodor Herzi, aquel judío de origen austriaco que fundó el sionismo moderno, lo cual es un gesto de conciliación, tomando en cuenta que históricamente, Pío X habría declinado su ofrecimiento de ayudar a la fundación de un Estado Judío en territorio sagrado.
Este gesto, en contraparte, fue bienvenido por parte de los israelíes pero generó molestia entre palestinos.
Cualquier internacionalista, concebía este viaje diplomático como un riesgo a la estabilidad del Estado Vaticano a los ojos de Oriente medio, sobre todo por los ejes discursivos de Francisco, especialmente con un toque de denuncia abierta.
Y no fue la excepción, aunque tampoco ocasionó confrontación. Ante los jóvenes en Amán (además de muchos miles de refugiados), Francisco habló de una necesaria y urgente solución pacífica a la crisis de Siria y a una justa solución al conflicto “Israel- Palestina”.
A 50 años de distancia, Paulo VI logró consensuar un escenario de dialogo; en el presenté, Francisco intenta construir condiciones de paz.
El Jerarca jesuita puntualizó que la paz no se puede vender ni comprar cual mercancía: “se trata de un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana”.
Pero Jorge Bergoglio no perdería la oportunidad de lanzar un mensaje más contundente, encaminado a precisar que la paz debe estar por encima de la diversidad ideológica, de lenguas, cultura o religión.
El Papa se pronunció a favor de la paz en Siria, pidiendo a la comunidad internacional sumarse a los deseos de que pare la violencia y existan condiciones que salvaguarden los derechos humanos de las personas. En su mensaje político dejó en claro que las armas no solucionan los conflictos, en cambio la negociación y el dialogo sí son caminos de paz.
En torno a Jordania, el Sumo Pontífice lo puso como ejemplo de solidaridad entre las naciones, por la acogida que ha dado a miles de refugiados que han vomitado los dos conflictos más agudos de la región: el conflicto entre Israel y Palestina y la crisis en Siria.
Pero la imagen que ha marcado la memoria del mundo, es aquella donde Francisco apoya la cabeza sobre el muro de separación de Belén, el lugar en el cual los palestinos han mostrado sus deseos de libertad.
En ese emblemático lugar, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, justificó que en Israel se enseña a los niños a impulsar la paz y no a colocar bombas.
Fue una solicitud en su cuenta de Twitter, la que invitaba a Francisco a salir del guión del recorrido con el fin de orar ante el monumento erigido en memoria de los caídos por la barbarie. El argentino no solo lo hizo, sino que condeno cualquier acto terrorista al que calificó como un mal en el origen, proveniente del odio destructor y fundamentalmente criminal.
En este viaje diplomático, fueron cuidadas las palabras, pero también las acciones y gestos de Francisco, quien se mostró como un líder sencillo pero con alto nivel de liderazgo e influencia de masas.
