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EU, dividido por el racismo y la demagogia

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(El discurso de Donald Trump), dejó en claro que existen dos clases de estadounidenses: los de primera, representados por los supremacistas blancos, los llamados WASP, que son el apoyo político del presidente, que sigue fiel a su actitud que cada día lo acerca más hacia las fauces siniestras del fascismo; y los otros, todos los que no tienen la piel blanca y no mantienen la pureza de raza, como alguna vez lo estableció el nazismo.

 

 

Alfredo RÍOS CAMARENA

 

Al cumplirse un año del mandato presidencial de Donald Trump en Estados Unidos, se llevó a cabo el 30 de enero el discurso sobre el estado de la Unión frente al Congreso norteamericano. El espectáculo reflejó la profunda división entre los partidos Republicano y Demócrata; los primeros aplaudieron, a rabiar, por más de cien ocasiones el discurso presidencial, alentados por el propio presidente, que parecía un porrista autocomplaciente y no dejaba de aplaudirse de una manera similar al de las focas.

El discurso apeló de manera ramplona a los sentimientos patrioteros de una forma grosera y demagógica y, por supuesto, dejó en claro que existen dos clases de estadounidenses: los de primera, representados por los supremacistas blancos, los llamados WASP, que son el apoyo político del presidente, que sigue fiel a su actitud que cada día lo acerca más hacia las fauces siniestras del fascismo; y los otros, todos los que no tienen la piel blanca y no mantienen la pureza de raza, como alguna vez lo estableció el nazismo.

Trump presumió de su único logro, que ha sido la disminución de los impuestos y del buen desempeño de la economía —que está originada inercialmente desde el gobierno del presidente Obama—; habrá que reconocer que la medida de bajar los impuestos que favorece fundamentalmente al 1 por ciento de la población sí puede atraer capitales, pero al mismo tiempo, deja abierto un déficit fiscal que en el mediano plazo será imposible de reparar.

No mencionó a América Latina, más que para condenar a Cuba y a Venezuela; abrió fuego total contra Corea del Norte, condenó a Irán y el tratado nuclear y agredió también a Rusia y a China.

A México afortunadamente no lo mencionó, solo hizo una referencia al traslado de una planta automotriz de Saltillo a Detroit, verdad a medias, pues la planta seguirá en México y solo será una inversión en relación con un modelo nuevo en Michigan.

Tocó el tema migratorio y planteó 4 pilares, por lo que fue abucheado por única vez desde la bancada demócrata; insistió en el muro, aunque en esta ocasión ya no persistió en su absurda pretensión de que México lo pague; por otra parte, intenta utilizar el programa DACA como moneda de cambio en el Congreso, para que le aprueben los 25 mil millones de dólares, que tirarán a la basura con esa obra que solo representa el odio racial.

No mencionó directamente el TLCAN y solo afirmó que buscaría que los tratados comerciales fueran “más justos” para Estados Unidos.

No hay duda de que el 34 por ciento de aprobación que mantiene al presidente lo sigue conservando y tratará de incrementarlo hacia las elecciones parlamentarias de este año, sin embargo, al mismo tiempo, no solo los demócratas, sino diversos grupos de intelectuales, mujeres, latinos, afroamericanos y, en general, los que valoran la política libertaria de Estados Unidos están protestando y no caen en la farsa del discursos demagógico.

Todo hace pensar que el tratado continuará y que el muro tardará mucho en construirse —si es que sucede—. La amenaza más grave es la repatriación de millones de compatriotas que desconocen la realidad de México, pues toda su vida y esperanza la han fincado en los propios Estados Unidos, millones de gentes cuyo porvenir se encuentra en la oscuridad y el miedo.

El discurso fue xenofóbico, militarista, agresivo, en contra de los principios que alguna vez hicieron de Estados Unidos una nación campeona de la libertad.

Afuera, en medio del frío, está sentada la figura del presidente Lincoln que, si escuchara lo que ahí se dijo, se pararía y, con su mano libertaria, arrojaría al basurero de la historia al actual presidente.

 

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