Pascal BELTRÁN DEL RÍO
El Presidente ha dejado atrás la actividad vertiginosa de los primeros 20 meses de su gobierno.
La calma en la que ha entrado puede ser atribuida a que se quedó sin más reformas que impulsar, o a que la implementación de éstas resultó más compleja de lo que se esperaba, o a que la combinación de malas noticias que caracterizaron el otoño pasado lo dejó desorientado. O una mezcla de las tres cosas.
Lo cierto es que ya han pasado casi cuatro semanas de las elecciones del 7 de junio y los cambios en el gabinete que muchos comentaristas auguraron para los días siguientes de las votaciones, y que han sido sugeridos –casi en tono de exigencia– por la oposición, aún no llegan.
Ahí también se asoman varias explicaciones: que los resultados de los comicios han llevado al Presidente a pensar que la opinión que tiene la población de su gobierno no hace urgentes los cambios, o que prefiere mantener intacta la mayor parte de su primer equipo –como lo hizo en su tiempo Adolfo López Mateos–, o que no quiere reaccionar de bote pronto ante lo que opinan sus críticos.
Como sea, a estas alturas del sexenio, sus predecesores inmediatos habían echado mano del bullpen en forma frecuente.
El presidente Ernesto Zedillo había cambiado a sus secretarios de Hacienda, Gobernación, Agricultura, Comunicaciones, Contraloría, Educación, Trabajo y Reforma Agraria, así como al procurador General de la República.
Vicente Fox ya no contaba con los titulares originales de las secretarías de Relaciones Exteriores, Energía y Función Pública, y estaba a punto de relevar a la de Turismo.
Felipe Calderón ya había dado las gracias a los secretarios de Desarrollo Social, Gobernación, Economía, Comunicaciones, Función Pública y Educación.
Hasta la fecha, Peña Nieto sólo ha cambiado a los titulares de la PGR y la Sedatu, dos de las 16 posiciones civiles con que cuenta el gabinete. Y, sin embargo, frecuentemente parece que el Presidente no tiene 16 colaboradores de primera línea –no cuento a los militares porque su proceso de integración en el gabinete sigue otras reglas– sino, a lo sumo, cuatro o cinco.
Decidí que no fuera mi opinión sino un dato objetivo el que indique qué tanto jalan la carreta del gobierno cada uno de los secretarios de Estado.
La actividad pública, registrada por los medios de comunicación, es una señal –quizá no la única– de qué tanto trabajan los miembros del gabinete.
Al escribir, ayer, los nombres de los funcionarios del primer círculo presidencial en el buscador Google News, esto es lo que apareció:
Luis Videgaray tuvo 22 mil 200 registros; Emilio Chuayffet, 16 mil 700;Miguel Ángel Osorio Chong, 16 mil; Jesús Murillo Karam, 9 mil 640; José Antonio Meade, 9 mil 100; Arely Gómez, 8 mil 390; Gerardo Ruiz Esparza, 6 mil 280; Ildefonso Guajardo, 4 mil 990; Claudia Ruiz Massieu, 4 mil 340;Pedro Joaquín Coldwell, 4 mil 330; Enrique Martínez, 3 mil 890; Alfonso Navarrete Prida, 2 mil 280; Mercedes Juan, 2 mil 130; Virgilio Andrade, 2 mil 50; Rosario Robles, 2 mil 30 y Juan José Guerra, mil 860.
Por supuesto, este buscador da cuenta de menciones recientes en los medios. Por eso, Chuayffet apareció con tantos registros, por su reciente participación en los debates sobre la Reforma Educativa.
No obstante, la lista anterior sí es un indicador de la actividad pública de los secretarios de Estado. Hay unos que, por protagonismo o lo que se quiera, aparecen más en los medios que otros. Aunque se les critique por ello, son colaboradores que dan la cara por el Presidente y su gobierno.
Contar, en los hechos, con cuatro o cinco colaboradores que no nadan de muertito ha convertido a Peña Nieto en el pararrayos de su propia administración.
El Presidente está a menudo solo. Y se nota.
Pregunté a mi estimado compañero de páginas José Elías Romero Apis qué debe esperar un Presidente de su gabinete. Me respondió: “Llegar a donde él no alcance. Saber lo que él no sabe. Tener lealtad, franqueza, inteligencia y valentía”.
En este gobierno, ¿cuántos secretarios de Estado llenan esa descripción?