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El presidente no es el jefe de los periodistas

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Por JORGE RAMOS

MIAMI, Estados Unidos — Solo en México. No pasa en ningún otro país del mundo que un presidente dé una conferencia de prensa todos los días (con excepción de sábados y domingos). Ahí —a las siete de la mañana y en lo que los mexicanos llaman la Mañanera— Andrés Manuel López Obrador marca la agenda de su joven gobierno, responde a críticos y contesta las preguntas de los reporteros que asisten.

Es un extraordinario ejercicio democrático. Los periodistas preguntan lo que quieren, con micrófono en mano y un límite de dos preguntas, según consta en las trece reglas de la conferencia matutina establecidas por la oficina de comunicación de la presidencia. No hay ningún tipo de censura ni es preciso presentar las preguntas por adelantado. AMLO, como lo conoce la gente, apunta con su dedo al periodista que pregunta y el ejercicio se extiende por una hora o más. Todos los días.

Hace poco estuve ahí. ¿Cómo desaprovechar la oportunidad? Y tuve un intercambio de poco más de veinte minutos con el presidente López Obrador. Hablamos de la inseguridad en México —en los primeros tres meses de su gobierno fueron asesinados 8.524 mexicanos— y de su estrategia de silencio (y de no pelearse) con el gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump. Pero es su tortuosa relación con la prensa la que ha generado un desbordado debate en las redes sociales. De eso también le pregunté.

A pesar de la clara apertura periodística durante las Mañaneras, López Obrador ha utilizado sistemáticamente ese espacio para desacreditar a reporteros, columnistas y a medios de comunicación que lo critican. Les llama “prensa fifí”, entre otros calificativos (como conservadores y deshonestos). Él dice que solo está ejerciendo su “derecho de réplica”. Y lo tiene. Las Mañaneras gozan de una gigantesca distribución en las redes sociales y, muchas veces, dominan las noticias en los medios de comunicación tradicionales.

Pero las fuertes críticas desde Palacio Nacional a periodistas incómodos son preocupantes en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Seis periodistas han sido asesinados desde la toma de posesión de AMLO el 1 de diciembre. Y desde el año 2000, según la organización Artículo 19, al menos 124 personas han muerto por su labor periodística. En México, los periodistas caen como si estuvieran una zona de guerra. Fundamentalmente por la narcoviolencia. Y el presidente puede y debe hacer mucho más para proteger a mis valientes compañeros.

La principal labor social de los periodistas es cuestionar a los que tienen el poder. A nosotros nos corresponde ser contrapoder y hacer preguntas difíciles. Pero eso no lo parece tener muy claro el presidente mexicano. Hace poco alabó a los periodistas “prudentes” y sentenció: “Si ustedes se pasan, pues ya saben lo que sucede. Pero no soy yo; es la gente”.

Sí, las críticas en la jungla de las redes son brutales cuando se toca a López Obrador. Es un presidente muy popular, muy poderoso —controla el congreso— y que ganó la presidencia con un gran respaldo social —más de 30 millones de personas votaron por él— en una nación sumida en la violencia y la corrupción. Tras el desastre del gobierno del priista Enrique Peña Nieto, es entendible que AMLO haya logrado acumular todas las esperanzas de cambio. Particularmente entre los mexicanos más vulnerables.

Pero eso no significa que AMLO sea intocable. Sería gravísimo que México resucitara algunas de las prácticas de la época —de 1929 a 2000— en que los presidentes dictaban qué publicar y qué no. Y la única manera de evitarlo es siendo imprudentes y desobedientes con el poder. Esa es la tolerancia que López Obrador debe extender. No es falta de respeto; es la manera en que se hace un periodismo vigoroso e independiente.

El presidente, para dejarlo claro, no es nuestro jefe. Los periodistas nos debemos a la gente que nos lee, nos ve y escucha y, sobre todo, a la verdad. Al final de cuentas, es una simple cuestión de credibilidad. Y eso nunca se logra estando cerca del poder o alabándolo.

Por eso estuvo tan fuera de lugar que López Obrador le pidiera al diario mexicano Reforma que revelara sus fuentes. Reforma publicó el texto de la carta privada que el presidente mexicano envió al rey de España solicitándole que se disculpara por los abusos y agravios cometidos durante la Conquista. Pedir que se revelen las fuentes periodísticas, le dije a AMLO en la Mañanera del 12 de abril, es un ataque a la libertad de prensa. “Ningún periodista, señor presidente, va a revelar sus fuentes. Ninguno”. Él no estuvo de acuerdo, pero ya no ha insistido en su solicitud al periódico.

Uno de los pocos puntos en común entre AMLO y Trump es su obvia molestia e impaciencia con la prensa que los cuestiona. Ambos tienen la piel muy delgada, reaccionan duro ante sus adversarios y demuestran una gran habilidad en el manejo de Twitter, Facebook e Instagram. Estos son otros tiempos, suele decir AMLO. “Benditas redes sociales”, ha dicho.

Tengo que reconocer una gran diferencia entre ambos: AMLO aguantó y respondió todas mis preguntas durante la conferencia de prensa en Ciudad de México, mientras que Trump, en 2015, me expulsó con un guardaespaldas de una de ellas en Dubuque, Iowa.

Los gobiernos de México y Estados Unidos —tengo que agradecerlo— actuaron en conjunto recientemente para sacarme de Venezuela, junto con un equipo de Univisión, después que el dictador Nicolás Maduro nos detuviera y confiscara nuestras cámaras y las tarjetas de video de la entrevista con él. Y todavía no nos han devuelto nada.

Está claro: México no es ni será Venezuela y AMLO no tiene nada que ver con Maduro. Ni con los desplantes racistas y xenófobos de Trump. Pero el presidente de México no tiene por qué descalificar a periodistas que cuestionan su labor; ese es precisamente nuestro trabajo. Los ataques personales sobran y, desafortunadamente, se multiplican e intensifican con mucha peligrosidad en las redes. Sobre todo si el presidente los origina. AMLO puede hacer mucho para proteger y dar a respetar el oficio periodístico.

Así como la mayoría de los periodistas no cuestionamos su bien ganada legitimidad —siempre le llamé “señor presidente” en la conferencia de prensa— él tampoco tiene por qué recurrir a descalificaciones innecesarias. Ni a pedirles a medios como Reforma que violen la ética periodística. López Obrador dice que quiere transparencia. Pero si él hubiera dado a conocer la carta que le envió al rey de España, Reforma no habría tenido que recurrir a sus fuentes para publicar el texto.

La relación poder-prensa siempre estará cargada de tensión. Pero en una democracia en construcción como la mexicana es fundamental discutir, diferir y dialogar; no descalificar. El reto está en seguir viviendo juntos, aunque a veces no estemos de acuerdo.

Sí, estos son otros tiempos en México. Los periodistas y el presidente estamos aprendiendo a coexistir. Pero habitamos espacios distintos. El nuestro, siempre, debe ser del otro lado del poder. Sea quien sea quien lo ejerza.

Jorge Ramos es periodista. Es conductor de los programas “Noticiero Univision” y “Al Punto” y autor del libro «Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump».

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