Pascal BELTRÁN DEL RÍO/Excélsior
Pocas veces una sociedad tiene la oportunidad de estar parada frente al shakesperiano nido de la serpiente (Julio César, acto segundo, escena primera) y ver dónde se incuban los males que la oprimen.
Pues actualmente la tiene la sociedad mexicana.
Es cierto, la presentación de la iniciativa de Presupuesto de Egresos de la Federación, una vez al año, es una danza de cifras engorrosas que puede marear al más avezado analista. Ya no digamos crear fastidio a los demás ciudadanos.
Sin embargo, ahí es donde surge el tipo de organización política que tenemos. Y por eso los ciudadanos no pueden alejarse de la discusión.
Ayer, Carlos Elizondo Mayer-Serra hizo en estas páginas un muy interesante desglose e interpretación del presupuesto 2016 que ha sido sometido a la consideración de la Cámara de Diputados.
“Los presupuestos son decisiones políticas”, escribió. “Reflejan los intereses y valores de quienes gobiernan (…) Como se resuelva este presupuesto nos dirá dónde están las prioridades efectivas de esta administración, es decir, a dónde irá el dinero”.
Coincido totalmente. Y agrego que, entre quien propone el presupuesto (el gobierno) y quien dispone cómo se gastará el dinero (el Congreso, a través de la Cámara baja) puede haber distintas visiones políticas, pero hay una coincidencia fundamental: ambos están interesados en que la cantidad que gasta la clase política en sí misma resulte lo más grande posible.
¿Por qué? Porque en el México de hoy, ése es el chiste de estar en la política.
Espero que usted no haya creído que la mayoría de los funcionarios públicos y representantes populares está en esto por su deseo de servir. Sí hay algunos, pero claramente son minoría.
Si la clase política no asegura para sí misma una tajada importante del presupuesto, estará matando su capacidad de sobrevivir y reproducirse.
El huevo de la serpiente es el presupuesto. Y, en particular, la parte del presupuesto de la que se beneficia la clase política.
Elizondo Mayer-Serra mencionaba que en esa parte entran las partidas publicitarias. Con todo el gasto en imagen que hacen las entidades públicas, calcula, se podría financiar otro IPN.
Pero también está todo el dinero que gastan los partidos políticos. Por ejemplo, el de sus bancadas en el Congreso de la Unión, recursos que se van sin que se tenga que comprobar cómo se gastan.
En la propuesta del Ejecutivo está contemplado un incremento de más de 6% al presupuesto del Senado. Es decir, el doble de la inflación y el triple del crecimiento del PIB.
¿Como por qué habríamos los ciudadanos de dar a los senadores 154 millones de pesos adicionales a su ya escandaloso presupuesto?
¿Acaso no estamos en tiempos de restricción económica? Con el pretexto de que el Legislativo es otro Poder, con la ventaja de repartir el pastel presupuestal a su antojo, ¿se justifica que no se apriete el cinturón como el Ejecutivo?
Éste es el momento de hacer algo y evitar después la queja de que los políticos gastan con voracidad y opacidad.
Éste es el momento de restringir a la clase política. Decirle que no vamos a aceptar más sus prácticas. Que si alguien va a estar en la política que sea por el servicio público y no para enriquecerse a expensas de los impuestos que pagamos.
Estamos parados frente al nido de la serpiente y ahí está el huevo, recién puesto.
Podemos contemplarlo. Podemos quejarnos de él y decir que es horrible. Pero si no lo aplastamos, nacerán nuevas serpientes, que a su vez pondrán más huevos. Y así sucesivamente.
Éste es el momento de actuar. Revise el presupuesto. Y, como haría cualquier familia en tiempos de apremio, decida qué gastos hay que suprimir.
Hay cosas en las que resulta imposible ahorrar. El gobierno tiene deudas y obligaciones. Muchas de ellas no deberían existir, pero ni modo.
Sin embargo, hay mucho que sí se puede cortar y reorientar. Exija que se haga. O luego no se queje.
