San Bartolomé Quialana y San Lucas Quiavini, dos pueblos expulsores de mano de obra, que desde hace casi medio siglo han mantenido su economía gracias a las remesas que envían los paisanos que se fueron al norte, enfrentan un futuro incierto ante el endurecimiento de la política migratoria del gobierno estadounidense; aunque en estas comunidades aún se observan calles fantasmas y un campo desolado por el abandono, hoy son pocos los jóvenes que desafían las medidas impuestas por el presidente Donald Trump y se aventuran a cruzar la frontera
Texto: Jorge VEGA
Fotos: Esteban CHINCOYA
SAN BARTOLOMÉ QUIALANA, Tlacolula.-Hace más de 45 años comenzaron a salir de aquí los primeros migrantes hacia los Estados Unidos, hastiados de la sequía, la improductividad, la falta de trabajo, la marginación y la pobreza.
Guillermo Mecinas, se fue por primera vez en busca del llamado “sueño americano”, cuando tenía 14 años de edad, y ha ido cinco o seis veces.
Para conseguir empleo tuvo que ir a la escuela y aprender inglés “como segunda lengua”. “Mi primer trabajo fue tirando volantes”, recuerda ahora mientras atiende su negocio de pollos asados al carbón preparados con un condimento especial, con ayuda de su esposa e hijo, en un local de la avenida ferrocarril en Tlacolula de Matamoros.
Refiere que en la época de los años ochenta era más rápido y fácil ir al otro lado. “Ahora mejor le apuesto a la venta de pollo asados en mi pueblo y en Tlacolula”, señala Mecinas quien en el año 2000 se aventuró a cruzar por última vez la frontera con la Unión Americana.
Ubicado al sureste de la ciudad de Oaxaca de Juárez, a 36 kilómetros por la carretera federal 190 con destino al Istmo de Tehuantepec, y a 6 kilómetros del centro de Tlacolula de Matamoros, San Bartolomé Quialana sigue siendo uno de los principales expulsores de mano de obra hacia los Estados Unidos de Norteamérica.
A diferencia de hace más de 45 años, cuando la mayoría de las viviendas estaban construidas a base de adobe, carrizo, palma, horcones con tejas, ahora se observan casas hechas con ladrillo y tabicón y techos de concreto, signo de que en ese aspecto ha mejorado la calidad de vida, “gracias a las remesas que envían los migrantes”.
Quialana significa en zapoteco piedras negras o piedra tiznada, debido a que aquí se encuentra un cerro de piedra al que se conoce con el nombre de Picacho o Yubidani (Piedra del Sol).
Es una comunidad zapoteca de aproximadamente dos mil 500 habitantes, donde la principal ocupación es la agricultura y cría de aves de corral.
Desafiando las medidas impuestas por el presidente estadunidense, Donald Trump, continúan aventurándose a cruzar la frontera, al menos 5 personas de este pueblo cada mes, para tratar de internarse principalmente a California, comenta a Real Politik el regidor de Obras, Óscar Hernández Raymundo,
“Se van los más jóvenes, cuando apenas han cumplido los 18 años de edad”, señala el profesionista quien estudió arquitectura.
Él, al igual que todos los integrantes del cabildo son también profesionistas.
El presidente municipal, Abel Sánchez Hernández, es licenciado en Informática con Maestría en Administración; el regidor de Educación, Wilfrido Martínez Sánchez, es licenciado en Psicología; el regidor de Hacienda, Gildardo Gómez Hernández, es Ingeniero Civil, y su suplente Aurora Sánchez Gómez es licenciada en Administración de Empresas.
En tanto, la regidora de Salud, Alma Argelia Hernández Sánchez, es licenciada en Enfermería; el tesorero, Pablo Morales Pérez, es licenciado en Administración, y la secretaria, Elvira Mecinas Sánchez, es licenciada en Administración Municipal.
En años anteriores, en esta comunidad donde prevalecen los usos y costumbres, quienes eran nombrados para integrar el cabildo municipal eran sólo personas adultas, comenta Hernández Raymundo.
Pero, el escenario no se prevé favorable para San Bartolomé Quialana, en los próximos diez años.
De acuerdo con el Plan Municipal de Desarrollo, habría una dependencia total de las remesas y abandono de terrenos agrícolas.
Al presentarse una mayor migración a los estados del norte y a Estados Unidos de América, las familias dependerán de las remesas y las mujeres serán las jefas de familia, esto ocasiona también el abandono de los campos por la falta de quien lo trabaje.
“Habrá nula productividad del campo, debido a la escasez de lluvias y a la falta de tecnificación de los terrenos agrícolas, pecuarios y forestales, sin asesoramiento técnico, proliferación de plagas en los cultivos por excesiva aplicación de químicos. Además de ingresos bajos en los hogares al no comercializar los productos o cosechas y con bajo poder adquisitivo”.
“De igual manera habría mayor índice de desempleo, al no existir interés por la productividad del campo y terrenos abandonados, y bajo nivel educativo. Al contar con poco recurso económico que les permita solventar sus gastos en las necesidades básicas, la educación será un peso más y las personas se inclinarán a no mandar a sus hijos a la escuela por la falta de recursos económicos”.
Para los jefes de familia que se quedan en San Bartolomé Quialana, la situación es muy difícil, “muy cabrona”, pues la mayoría depende de lo poco que produce el campo, pues las tierras de cultivo de maíz y frijol son de temporal.
Quienes realizan “algunas obritas”, ganan en promedio 100 pesos diarios por ocho horas de trabajo.
Las calles pavimentadas y limpias de esta localidad, están desoladas. Sólo de vez en cuando se observa a algún campesino o una mujer que lleva su canasto rumbo a su hogar.
Las jóvenes, en su mayoría, trabajan en Tlacolula de Matamoros en labores domésticas y otras como cocineras en los puestos de barbacoa o en la venta de frutas, flores y verduras.
Quienes han emigrado en busca de una vida mejor, una comunidad de mujeres trabajadoras los reemplaza.
San Lucas Quiaviní
Aquí, de los mil 745 habitantes, sólo queda la mitad, el resto -la mayoría jóvenes- se fueron a los Estados Unidos de América en el transcurso de los años.
Pero las políticas anti migratorias de Donald Trump ya están causando efectos. En los primeros meses de este año, deportados, regresaron a su tierra natal 20 hombres.
Benito López Aguilar, es el topil primero del Ayuntamiento de esta comunidad, también expulsora de migrantes.
Recuerda muy bien que un 15 de septiembre de 1998 se fue “al norte”. Estuvo 5 días en Tecate, Baja California esperando cruzar la frontera. Cinco días caminó por el desierto y tuvo que pagar 850 dólares a un “pollero” para que lo pasara.
Cuando lo logró, hasta una semana después consiguió trabajo en el restaurante “Lula”, de Los Ángeles, California, donde hacía labores de limpieza y le pagaban 200 dólares a la quincena.
“El salario mínimo era entonces de 5.75 dólares por hora, menciona López Aguilar, quien después obtuvo empleo como lavaplatos en el restaurante “La Rose”, ya con un salario de 570 dólares quincenales.
A los tres meses ya era preparador de alimentos y trabajaba en dos turnos, tenía que llegar diez minutos antes, y percibía un sueldo de 800 dólares quincenales. Ahí permaneció ocho años.
Sentado en una banca del corredor del palacio municipal, narra sus experiencias como migrante.
“Siempre fui puntual, y en otros trabajos llegaba hasta una hora antes, y nunca tuve problemas ni quejas de mis patrones, ni por violar la ley”.
“Si bien es cierto, en mis días de descanso a veces me iba a algún lugar a divertirme, pero nunca causé problemas a las autoridades”, apunta.
Hijo único, soltero, tuvo que retornar a San Lucas Quiaviní debido a que su padre enfermó.
Hay desacuerdos sobre el significado de Quiaviní, pero de acuerdo a algunos historiadores debe ser «Piedra que brilla, piedra rocío, o bien, piedra preciosa».
San Lucas es en honor de uno de los cuatro evangelistas, autor del tercer evangelio y de los Hechos de los Apóstoles.
Se sabe que el pueblo fue fundado hacia el año de1587 y sus títulos fueron expedidos en 1614. Se tiene por tradición oral, que los antiguos habitantes de Quiaviní poblaron las lomas de los cerros que los rodean y que aproximadamente a principios del siglo XVI, la población cambió de territorio por órdenes de un virrey.
El municipio se encuentra a una altitud promedio de 1,730 metros sobre el nivel del mar, y colinda al norte con el municipio de Tlacolula de Matamoros, al este y al sur con Santiago Matatlán, y al oeste con San Bartolomé Quialana.
De acuerdo al censo, realizado por el INEGI en 2010, en el municipio habitan 1,745 personas, ubicadas dentro de su única localidad, y de la totalidad de habitantes 1,596 personas dominan alguna lengua indígena.
Estudios realizados por la Secretaría de Desarrollo Social, resaltan que el 34 por ciento de la población del municipio vive en condiciones de pobreza extrema. El grado de marginación es clasificado como Muy alto, y en 2014 fue incluido en la Cruzada Nacional contra el Hambre.
Más de la mitad de los hombres se fueron a los Estados Unidos. “Apenas terminan la primaria y se van, pero ahora no conviene emigrar, porque las rentas son demasiado caras”.
“Cuando estuve en el otro lado enviaba más de mil dólares mensuales a mis padres y pagaba 300 dólares de renta”, señala el topil primero del Ayuntamiento.
Regresó a su pueblo en marzo de 2010, consiguió construir su casa y compró un terreno. Aparte, su padre le heredó 6 hectáreas donde siembra maíz y frijol.
Pero la vida en su comunidad ha sido dura. “El año pasado deportaron a unos 20 paisanos”.
Y ahora, para sembrar hay que rentar un tractor que cobra mil 200 pesos por hectárea, o una yunta que es rentada por 600 pesos por día”, indica.
Añade que el municipio renta un tractor por 750 pesos por hectárea, pero hay que hacer cola para conseguirlo”.
Pero, aunque la vida no es tan fácil, “no conviene ir al otro lado”, puntualiza.