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Boicot a La Guelaguetza, una torpeza

FOTO EDITORIAL En 1932, un grupo de entusiastas oaxaqueños, amantes de la tradición y la historia, se reunieron para convocar a lo que se denominó “Homenaje racial”, que en sus orígenes conjuntó a grupos de danza que se reunieron en la entonces llamada Rotonda de la Azucena. Años después dicho festejo habría de convertirse en los llamados “Lunes del Cerro”, en los que si bien el espacio en que se presentaban las delegaciones de las siete regiones se mantenía rodeado de carrizo y otros obstáculos para evitar la incursión de quienes no tenían boleto –ya era comercializado-, lo cierto es que niños, jóvenes y adultos acudían al Cerro de El Fortín, a jugar, a convivir con sus familiares y a disfrutar de la comida que ahí se expendía. Las escaleras que suben al auditorio desde la calle de Crespo eran –a diferencia de hoy- una verdadera romería. La hoy llamada Guelaguetza era además, una convivencia social.

Empero, los tiempos fueron cambiando. Jamás se imaginaron los creadores que esta fiesta popular sería, pasados más de ochenta años, un botín político de un grupo faccioso denominado magisterio. Más allá del perfil comercial o del corte turístico que tiene lo que hoy se conoce como Guelaguetza, es un evento popular, tradicional que está enraizado en la conciencia colectiva de los oaxaqueños. No importa estar en primera fila y pagar costosos boletos. Este festejo está más allá del simple disfrute del espectáculo dancístico o folklórico. Es algo más. Se han eliminado parcialmente espectáculos adicionales como el llamado Bani StuiGulal, que no sólo resultaba oneroso sino que habría devenido del dominio público a la comercialización privada. No obstante, era un evento que atraía  a propios y extraños. Otra más es “Donají, la leyenda”, un espectáculo de luz y sonido, cuyo origen es la creatividad de productores y artistas locales, en donde se entremezcla el mito y la leyenda, que poco tiene que ver con la realidad histórica, pero que para los turistas del país, el extranjero y aún los mismos oaxaqueños, es un componente esencial de las fiestas de julio.

¿Tiene que ver todo ello con la disputa de los cotos de poder que mantiene el magisterio oaxaqueño en el sistema educativo, con su soterrada postura respecto a la Reforma Educativa, con su conducta fascista en torno a los “Diálogos por la educación” que promueve el Congreso o de los bloqueos y cierre de oficinas justo cuando concluye el ciclo escolar? La respuesta es no. ¿A qué pues tomar un evento popular, tradicional y muy oaxaqueño, como bandera para afectar la economía y golpear a un gobierno en exceso tolerante? Las amenazas de boicot a uno de los eventos folklóricos más importantes del país, no son más que balandronadas de necios y torpes.  Desde 2006, cuando la asonada arremetió en contra de Gobierno y sociedad, uno de los ejes de la disputa fue boicotear el citado evento. Las tomas del vandalismo destruyendo el templete e incendiando los promocionales, dieron la vuelta al mundo. Eran otros tiempos. La tristemente célebre APPO se había empoderado y los medios hacían del ex gobernador Ulises Ruiz, cera y pabilo. Hoy, el Gobierno federal nos tiene en la mira. Existe la certeza de que no permitirían una asonada más que ponga en riesgo la seguridad del país.

No se trata de suplicar, de rogar a los agitadores o de pedirles tolerancia. Ésta ya fue excesiva. El Gobierno estatal tiene la disyuntiva de pasar a la historia como un régimen endeble y proclive a permitir más atropellos a las libertades de los oaxaqueños o a actuar conforme lo disponen las normas del derecho y la convivencia social.

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