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Contra el horror: la inteligencia (II)

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Yuriria SIERRA/Excélsior

hiloNunca el crimen será a mis ojos un objeto de admiración ni un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más obtuso que un terrorista.

Chateaubriand

Decíamos ayer que algunas de las mentes más lúcidas y brillantes han reflexionado sobre la libertad y, de igual forma, sobre los miedos y los odios que nos han dividido en las últimas décadas. Al Qaeda y el Estado Islámico como los ejemplos más representativos de esa parte del mundo hundida en la oscuridad de la violencia. Hoy, a ocho días de los terribles atentados, recupero algunas meditaciones previas al viernes 13, realizadas por un batallón de grandes y  eminentes pensadores:

“Yo diría que ninguna religión es en sí misma incompatible o espontáneamente favorecedora de la libertad. Todas las religiones, en un punto u otro de su historia, han experimentado el fanatismo de una manera muy negativa. La libertad viene de la evolución de la sociedad, de las ideas de los pensadores y los filósofos, y entonces es adoptada y aceptada por la religión. Estoy convencido de que todas las religiones pueden interpretarse de una manera que sea compatible con la libertad, con los derechos humanos, con los derechos de la mujer, con el laicismo y con la modernidad…”. Amin Maalouf, escritor franco-libanés. (El desajuste del mundo, 2010).

“Lo que sí se puede decir hoy en día es que el grupo Estado Islámico es una nueva forma de nazismo, con sus métodos de exterminio y su voluntad apocalíptica de apoderarse del mundo (…) Han sido las religiones del libro las que han provocado las guerras para imponer la idea contenida en sus textos…”. Umberto Eco, filósofo y escritor italiano. (Il Corriere della Sera. Ene, 2015).

“Hay algo en la cultura religiosa del islam que produce, hasta en el campesino o buhonero más humilde, una dignidad y una cortesía hacia los otros nunca superada y rara vez igualada por otras civilizaciones. Sin embargo, en épocas de revuelta y de desorden, cuando se agitan pasiones más hondas, esta dignidad y esta cortesía hacia los otros pueden transformarse en una mezcla explosiva de ira y odio que impele incluso al gobierno de un país antiguo y civilizado —incluso al vocero de una gran religión espiritual y ética— a adoptar los métodos del secuestro y la matanza y a buscar, en la vida del profeta, la aprobación y hasta algún precedente para tales acciones….”. Bernard Lewis, historiador británico. (Las raíces de la ira musulmana, 1990).

“Deseo que el materialismo capitalista triunfe lo más rápidamente posible en el mundo árabe. Los valores del materialismo son despreciables pero menos destructores, menos crueles que los del Islam…”. Michel Houellebecq escritor francés. (Lire, sep. 2002).

“Su rasgo característico no es tanto el asesinato violento e indiscriminado —por escabroso que resulte— sino el compromiso con el suicidio y la profesada ansiedad por efectuar una transición sangrienta al más allá. Como los nazis, los cuadros de la Yihad tienen un deseo de muerte que demuestra su nihilismo”. Christopher Hitchens, escritor angloamericano (El Enemigo, 2011).

“Los terroristas islámicos no son como los amish, por ejemplo, encerrados en sí mismos, ajenos al resto del mundo. Estos sicópatas se sienten inferiores, los fascinamos. De hecho, no confían en la supuesta superioridad de su cultura, de ahí la furia desmedida de sus arremetidas: «Uno puede sentir que, en la lucha contra el otro pecador, están luchando contra su propia tentación»…”. Slavoj Žižek, filósofo esloveno. (New Statesman. Enero, 2015).

“Si la Iglesia no nos vuelve a las oscuridades medievales, nos vuelve el islam, que no ha salido de ellas y no quiere salir. El porvenir es siniestro”. Fernando Vallejo, escritor colombiano. (El Clarín, 2007).

Decíamos ayer: todas reflexiones muy distintas, pero que convergen en la libertad más importante que, desde hace mucho tiempo, se defiende en Occidente: la libertad de pensamiento y, más que nada, la libertad de expresarlo. Tan sólo este mero hecho constituye un motivo suficiente para defender a nuestra civilización celebrándola y, sobre todo, ejerciéndola.

 

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