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Asalto al cuartel Madera ¿Hombres valientes o terroristas?

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Los 13 individuos armados que el 23 de septiembre de 1965 asaltaron el cuartel militar de Madera, en Chihuahua, formaron un episodio trascendental para la lucha social del país. A 54 años de su intento por iniciar la revolución socialista en México, aún hay interrogantes ¿Quién los traicionó? ¿Fue una acción mal planeada? ¿El Estado está en deuda con los grupos armados? Medio siglo después, la Cuarta Transformación ofrece disculpas a las víctimas de la llamada Guerra Sucia y da pie a otro cuestionamiento ¿Qué papel juega el gobierno frente a la historia de la guerrilla en México?

 

Alonso PÉREZ AVENDAÑO

 

Fue una acción armada mal planeada, llevada a cabo por un grupo de estudiantes y profesores infiltrado desde el comienzo de su organización, que cometió errores graves que llevaron a su fracaso y, sin embargo, significa aún un momento representativo de la lucha social en México. El asalto al cuartel militar de Madera, Chihuahua, realizado por 13 hombres el 23 de septiembre de 1965 inició una etapa en la que cada vez más grupos del país consideraban el uso de las armas como una vía legítima para enfrentar el autoritarismo, la corrupción y la represión del Estado mexicano. Este episodio, que para el escritor Carlos Montemayor significó para Chihuahua lo que el movimiento estudiantil de 1968 para México, ha tocado las puertas de la Cuarta Transformación, que en una semana ha debido posicionarse en diversas arenas respecto a lo que representaron las luchas armadas y la Guerra ilegal que contra ellas dirigió el Estado en las décadas de 1960, 1970 y 1980.

El pasado domingo 22 de septiembre, el Premio Nacional Carlos Montemayor fue otorgado a dos sobrevivientes del asalto al cuartel Madera, un ataque armado en el que murieron ocho de los perpetradores y seis militares. Florencio Lugo Hernández y Francisco Ornelas Gómez, en representación del grupo que pretendió fraguar la revolución por la vía de las armas, estuvieron presentes en el Centro Cultural de Los Pinos. La elección del lugar, la residencia que, entre otros, ocupó Luis Echeverría Álvarez, el presidente que prometió “acabar con el mito de Madera”, fue una oportunidad para crear confusión difundiendo en redes sociales y medios de comunicación la versión de que el “gobierno premiaba guerrilleros”, sin reconocer que el Premio Montemayor es otorgado por los familiares del escritor, sin ninguna relación con el gobierno.

Un día después, el 23 de septiembre, en el aniversario 54 del asalto al cuartel Madera, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, ofreció una disculpa pública a las víctimas del periodo que se conoció como Guerra Sucia. La disculpa fue ofrecida particularmente a Martha Alicia Camacho Loaiza, quien junto a su esposo José Manuel Alapizco Lizárraga (ambos integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre), fue detenida el 19 de agosto de 1977 en el estado de Sinaloa por militares y por la extinta Dirección Federal de Seguridad. Alapizco fue torturado y ejecutado extrajudicialmente. Martha Alicia, con ocho meses de embarazo al momento de su detención, fue torturada y desaparecida durante 49 días, en los que dio a luz a su hijo, Miguel Alfonso Millán Camacho, a quien se hizo extensiva la disculpa del Estado por haber sido “víctima de tortura desde los primeros instantes de su vida”, como lo reconoció Sánchez Cordero.

A la confusión por la entrega del premio Montemayor y a la disculpa del Estado mexicano a las víctimas de violaciones a derechos humanos, se sumó un incidente en el que igualmente estuvo involucrado un funcionario público de la 4T.

Pedro Salmerón Sanginés, hasta entonces director del Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México, calificó como “jóvenes valientes” a los guerrilleros de la Liga Comunista 23 de Septiembre que secuestraron y asesinaron al empresario neoleonés Eugenio Garza Sada el 17 de septiembre de 1973. La expresión causó indignación de empresarios y partidos opositores, que exigieron su renuncia, la cual presentó y fue aceptada, pese a una larga argumentación en la que acusa que la derecha de México pretende que con respecto a los movimientos armados haya dos únicas vías: no decir nada o criminalizarlos.

 

EL INICIO DEL DIÁLOGO

 

Estos acontecimientos han abierto una discusión en el país ¿qué papel debe asumir el Estado frente a la historia de los movimientos armados?

Para Fritz Glockner, historiador de la guerrilla en México durante el siglo XX, la vertiginosa semana de debates y controversias que se abrió respecto a hechos vinculados con el asalto al Cuartel Madera y la Liga 23 de Septiembre son una vía para la reconciliación nacional y para abatir el monopolio sobre la memoria histórica que ha mantenido el Estado mexicano. Hasta la década de 1990, expresa, los movimientos armados de nuestro país parecían no haber dejado huella, ni rastro, a pesar de que los destinatarios de aquellos actos salvajes de la represión ahí seguían. Hoy, asegura, más que buscar deudas, se debe reconocer que el tejido social histórico puede recuperarse mediante el diálogo, mediante el reconocimiento de los hechos que ocurrieron y sus causas.

A Glockner, el tema de la guerrilla lo “avasalló” y lo “obligó” a involucrarse. En 1971, su padre, Napoleón Glockner, fue detenido por la Policía Federal de Seguridad por su participación en el grupo guerrillero Fuerzas de Liberación Nacional, precursor del EZLN. A partir de las visitas que hizo a su padre en Lecumberri desde 1975, se interesó en el tema de las guerrillas, de los movimientos armados y de su exposición más allá de explosiones violentas, asesinatos e intentos de secuestro. Desde 1980, como estudiante universitario en la Universidad Autónoma de Puebla, Glockner inició la investigación de estos movimientos que hasta hoy han derivado en dos novelas y dos obras historiográficas, Memoria roja, publicada en 2007, que abarca los años de la guerrilla entre 1943 y 1968; y Los años heridos, publicado este año por Planeta con el relato que va de 1968 a 1985.

Uno de los primeros hallazgos que encontró en su trayectoria como investigador es que México en las décadas del 60 al 80, se presentó en América Latina como el hermano que enarbolaba la libertad, donde no había dictaduras ni movimientos armados ni represión. Se encontraban relatos y obras sobre Nicaragua, Argentina, Chile, Colombia, de México nada. México albergó incluso a hombres y mujeres exiliados de los regímenes autoritarios aunque “realizaba acciones similares de represión, tortura y asesinato”.

Los documentos, los expedientes, testimonios, los relatos, esteban encerrados. “El Estado había mantenido en una caja de seguridad esta memoria”, expresa. De esa caja de seguridad, apunta, “la literatura es el primer maravilloso medio que empieza a generar un boquete, empezó a dar luz para empezar a contarnos estas atrocidades, después llegó el género del ensayo”. El periodismo, agrega, “había estado absolutamente subordinado a las versiones oficiales”.

En la historia de los movimientos sociales, explica, es urgente reconocer que juicios de valor, calificativos como “asesinos”, “terroristas” surgen a partir de la ignorancia “y eso es muy peligroso”. Se deben comprender las condiciones en que surgieron los movimientos armados, las causas, los objetivos, los contextos de represión en que se encontraban jóvenes, obreros, campesinos, mujeres. Es importante, resalta, reconocer que hay una cadena de acontecimientos interconectados que pueden explicar el porqué de una respuesta violenta.

“El 2 de octubre del 68 genera un impacto, una huella en la memoria colectiva del país, pero el 68 no hubiera ocurrido sin el 65, y el 65 tiene otros antecedentes. Como siempre he dicho, la memoria colectiva para que exista debe generar conocimiento”.

También apunta que otro factor que fortaleció la creencia popular en diversos sectores de la población de que la vía armada era la única para cambiar al país fue la brutal represión que ejerció el Estado mexicano, que incluso a pesar de la condena contra la masacre de 1968 agudizó sus mecanismos de coacción.

“De todas mis entrevistas, lo que encontré en el 90% de los testimonios es que la radicalización de la juventud surgió el 11 de julio de 1971, no del 3 de octubre del 68. La efervescencia tiene que ver con la matanza, ubiquemos que, en esa fecha, ya con Luis Echeverría Álvarez como presidente de la República se genera una represión con mucha mayor saña. El salvajismo con el cual se actúa es mucho mayor al del 2 de octubre. Los Halcones van a buscar a los heridos a los hospitales, al Rubén Leñero, por ejemplo, y ahí los ejecutan enfrente de los médicos y las enfermeras. Esto genera la visibilidad de los jóvenes no solo por el dolor ante la represión sino porque observan que la única vía que tienen para buscar canales democráticos, la legalidad y la legitimidad tiene que ver con la radicalización de las armas”.

–¿Qué deudas tiene el Estado mexicano con la historia de las guerrillas?

–No hay necesidad de buscar deudas todavía, de cobrar. Vicente Fox intentó generar un pago de deuda con la creación de la famosa fiscalía de nombre larguísimo y de actuación mediocre, no se logró nada.

Yo considero que el diálogo entre pasado y presente es un gran avance no solamente para el Estado. Lo que necesitamos es una reconciliación. Así como resurge en el presente el recordar el sentido social gastado nos urge dialogar, crear un puente intergeneracional que nos permita comprender los hechos y generar nuevas propuestas de análisis.

–¿El gobierno de Andrés Manuel es una garantía de que no habrá repetición de hechos como los que originaron las guerrillas?

–Yo voté por Andrés Manuel, al declarar por quién voté puedes deducir la respuesta. Andrés Manuel lo ha dicho claramente, ‘no voy a mandar al Ejército a luchar contra el pueblo’, ese fue el mensaje claro que privó en el centro del imaginario colectivo y en el discurso político, la no aplicación de una guerra de baja intensidad como se había venido aplicando en tiempos pasados.

Es diferente a lo que pasó en otros años, lo cuento en el libro, a mí personalmente Luis Echeverría me declara en entrevista que mandó al Ejército a romperle la madre a Lucio Cabañas, hay una diferencia de discurso y de acción, en el trato para conformar las relaciones de poder.

 

MADERA, UN ASALTO QUE SE VOLVIÓ MITO

 

El plan de los guerrilleros que idearon el asalto al cuartel Madera fue encabezado por los profesores Arturo Gámiz y Pablo Gómez.

Gámiz era el impulsor principal de la lucha armada. “Sabía lo que quería”, escribe Glockner. “Su perspicacia le indicaba que el camino de las armas sería el correcto”. Para mayo de 1965, sabía ya que había que crear un plan y si la revolución cubana había comenzado con el ataque al cuartel Moncada, en México tendría que comenzar con el asalto al cuartel Madera.

Gámiz y Gómez se encargaron de convocar a los estudiantes para integrarse al grupo que intentaría “comenzar la revolución”, no obstante, desde el principio surgieron sospechas de infiltración, de la existencia de personas que podrían estar traicionando la causa. La lista de sospechosos la encabezaba un exmilitar, Lorenzo Cárdenas Barajas, encargado de dirigir los entrenamientos físicos, de manejo de armamento y explosivos. Entre sus antecedentes destacaba el haber participado con guerrilleros cubanos cuando entrenaron en México.

Las versiones, que no se han comprobado, señalan también a Vicente Lombardo Toledano de haber sido el principal responsable de informar al gobierno mexicano sobre las actividades de los guerrilleros que se dirigían hacia el cuartel Madera.

Los días previos al ataque estuvieron marcados por graves errores de coordinación, por una estrategia fallida, falta de información precisa sobre cuántos militares estaban adentro del cuartel.

El grupo de avanzada, encargado de recabar esta información, “ha tomado notas, saben de la disposición de los soldados en el cuartel, pero la poca visibilidad que tienen hacia el interior de las instalaciones militares les hace suponer que, en efecto, hay pocos efectivos”. Frente a su suposición de que había como máximo dos pelotones en resguardo, la versión que dio el Ejército tras el fallido asalto fue que había 125 elementos.

A los errores tácticos, se suman otros. Los guerrilleros desconocían el terreno de la sierra de Chihuahua y las condiciones climatológicas que lo marcaban en septiembre. “El mapa que llevan los jóvenes estudiantes no tiene nada que ver con la realidad de la sierra”, escribe Glockner en Memoria roja.

La noche del 22 de septiembre, horas antes de que debieran presentarse para el asalto al cuartel, un grupo con 16 combatientes armados se quedó atascado en el camino, incapaz de pasar por el gran caudal de un río. Había más hombres parados por la naturaleza que en el grupo que finalmente enfrentó al Ejército.

 

QUE POCA MADERA… UN

LIBELO, PROPAGANDA OFICIAL

 

A partir de los errores cometidos por los involucrados y para desacreditar la lucha social expresada en el asalto al cuartel Madera, surgió en 1968 un libro que desde la pretendida voz de “un participante” buscó difundir la versión de que la traición contra el movimiento surgió desde el mismo grupo de luchadores.

Qué poca Mad…era de José Santos Valdés es parte de una tradición impulsada desde el gobierno mexicano para establecer las “versiones oficiales” o las “verdades históricas” sobre capítulos de represión. Junto a este libro existen otros como Jueves de Corpus sangriento, con la versión oficial del porqué los Halcones tuvieron que contener a los estudiantes en 1971; El Móndrigo, que narra los argumentos de Díaz Ordaz para desatar la matanza de Tlatelolco; El Guerrillero, sobre la malicia de quienes se enfrentaron al Estado haciendo uso ilegal de las armas; y Una Rosario como la de Popeye, que denigra la figura de Rosario Ibarra de Piedra.

Carlos Monsiváis expresó que por el esquema prosístico y el “andamiaje intelectual” es viable pensar la existencia de un autor único de todos estos libros. Eran libros “sin madre, nacidos del viento, sin registro ante la ley, sin derechos de autor, sin una editorial responsable, anónimos”, como lo denunció Julio Scherer en su columna El poder y la calumnia.

En el caso de Qué poca Mad…era de José Santos Valdés el autor es Prudencio Godínez Jr., un autonombrado partícipe del movimiento guerrillero que terminó en el cuartel militar de Chihuahua. En Memoria roja Glockner asienta que en ningún registro de los participantes en la organización aparece el nombre de Godínez. Su obra, escribe, fue “uno de los primeros panfletos dictados desde la Secretaría de Gobernación para desvirtuar los hechos históricos”.

Qué poca Mad…era tenía como propósito principal desvirtuar la obra del profesor normalista José Santos Valdés, que en Madera denunció cómo el gobierno de Chihuahua creó un marco socioeconómico y político que propició la violencia y la rebelión. En ese estado, de seis a ocho millones de hectáreas de tierra estaban acaparadas por 300 familias, mientras 100 mil ejidatarios tenían 4.5 millones de hectáreas y 50 mil hombres carecían de parcela.

Para el profesor Valdés, los ocho hombres que murieron en el asalto al cuartel fueron, mientras vivieron, “hombres jóvenes y valiosos para su país”.

 

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