José Elías MORENO APIS/Excélsior
Todas nuestras instituciones insignia hoy sufren el acoso de quienes pretenden llevarlas al deterioro de su historia, de su alteza y de su destino. Quizá nunca sabremos si ello es un producto inconsciente de la sinrazón o un interés premeditado de la urdimbre.
La Academia Nacional recibió el ingreso del general Salvador Cienfuegos como académico numerario y le confirió la Gran Orden de la Reforma. Esta ceremonia es una prueba indiscutible de nuestra alerta. Es un claro testimonio de quienes han dedicado toda su vida, no solo un día ni un solo año ni un solo sexenio, para servir y ayudar a la vida de los demás.
Cuando a los pueblos se les ha sometido al batidillo de la infesta y de la inmunda tiene que volver los ojos hacia sus grandes reservas nacionales. Sólo en la medida en que ese instinto de sobrevivencia sea lo suficientemente poderoso le es posible la salvación. Por eso pensemos, aunque sea por unos instantes, en nuestro Ejército, una de nuestras mayores reservas patrias.
Nos encontramos en medio de un escenario difícil de entender y de comprender. Las evocaciones negras siguen al alza. Se abren historias e historietas. Se amaga al Ejército. Por momentos da la impresión de que se busca culpables en lugar de buscar desaparecidos. Por eso estamos más que obligados a los recuentos destinados a recordar y a enaltecer la fidelidad del Ejército.
Pero el instituto armado parece solo y abandonado. Muchos actores se deslindan. El discurso militar se mueve en un muy estrecho espacio de maniobra. Los eventos destinados para que los civiles honremos a los militares parecieran invertirse. Hoy parecieran destinados a que el Ejército honre al poder civil.
Nunca nos pondríamos de acuerdo los mexicanos, además de que ni tendríamos la información, para resolver si estos procesos de desgaste de nuestras instituciones fundamentales han sido un fenómeno espontáneo o un proyecto de alto diseño. Si ha sido producto de nuestra mera inconsciencia o el resultado de un actuar perfectamente deliberado. Si su origen es del interior o del exterior. Si es reversible o progresivo.
En dos ocasiones el Ejército ha salido a las calles para asumir tareas que no le corresponden y para cargar con reproches que no le pertenecen. La primera, cuando lo ordenó Gustavo Díaz Ordaz. La segunda, cuando lo decidió Felipe Calderón. Creo que, en ambos casos, fueron engañados o, por lo menos, mal aconsejados. Lo que no me queda claro es si sabían quién era el enemigo real y si se le vencería con las armas de la guerra.
Lo grave para el instituto armado es que el juicio de la historia es despiadado, es imprescriptible y es incontinente. La consigna, real o artificial, es que “no se olvida”. Se instalan comisiones “de la verdad”. Se reavivan recuerdos que se convierten en rencillas y que se transforman en rencores.
Los tiempos actuales nos obligan a reconocer a quienes están del lado del bien y de la verdad, para diferenciarlos de quienes se han colocado al servicio de la mentira y del mal. En eso reside la intención de estos ejercicios de la mente y del espíritu a los que se aplica la Academia Nacional para distinguir a unos de otros.
Para destacar a aquellos que se han consagrado a la inteligencia, a la valentía, a la bondad, a la lealtad, a la honestidad, a la humildad, al patriotismo, a la justicia y a la grandeza. Pero, también, para alertar que existen quienes se han dedicado a la traición, al perjuicio, a la envidia, al rencor, a la inconsciencia, a la irresponsabilidad y al cinismo.
Esta Academia Nacional ha profesado el liberalismo, desde su gestación. Por eso la une con un instituto armado que es único por su génesis y por su naturaleza. Ejército de paz y de libertad. Nunca de opresión ni de represión.
Las academias liberales de todos los países nacieron y se explican para el establecimiento de un espacio, para que el pensamiento fuera independiente del poder político, del apetito económico y del interés faccioso y, con ello, hacerlo libre de todo sometimiento, de todo acomodamiento y de todo miedo.
La libertad del pensamiento mexicano ha recorrido un itinerario donde hemos apostado a que las instituciones del pensamiento sean rectoras y no vasallas, sean inclusivas y no excluyentes, sean universales y no individuales. Donde se proscriba el pensamiento que reniega del de los demás porque no pertenece a la misma secta, al mismo clan o a la misma runfla. Donde se rechace el ideario de pandilla que reniega de los que no son de sus mismos vicios, de sus mismos apetitos o de sus mismos instintos.
El tiempo mexicano, como el de muchos países, no siempre fue el más propicio para la consolidación del pensamiento libre de todo poder. En el devenir de la humanidad no siempre ha gustado que las ideas no se sometan al poder de la política, de la religión, del dinero, del prejuicio o, más recientemente, al poder del crimen.
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