A la revolución de 1910, en Oaxaca siguió una estela de epidemias, una prolongada hambruna y desastres naturales que provocaron un gran número de muertes y el éxodo de otra gran cantidad de personas que prefirieron dejar todo y salvar sus vidas. Cuentan las crónicas de la época que la capital quedó desolada
Carlos CERVANTES
Oaxaca y especialmente nuestra ciudad capital no solamente sufrieron los embates de la revolución a partir de 1910, sino lo que siguió después del asesinato del presidente Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez: la etapa posrevolucionaria, el espurio gobierno de Victoriano Huerta, el terrorismo de los carrancistas y de Álvaro Obregón, los asesinatos políticos y aquel movimiento de la soberanía, todo lo cual representó derramamiento de sangre: también el flagelo del hambre y epidemias como la del tifo, fenómenos que diezmaron a la población.
Epidemia de tifo y el año de hambre
De acuerdo con lo que escribió el maestro José María Bradomín en su libro “Crónicas del Oaxaca de Hace Cincuenta Años”, publicado en 1976, a mediados de 1915 aparecieron dos calamidades: la epidemia de tifo que provocó cientos de muertos en la capital del estado y también durante todo el año se presentó el hambre que no sólo causó penalidades a la población, sino muertos por inanición. Fue cuando la gente tuvo que hacer colas, enormes colas para lograr un puñado de trigo o de maíz, cuando mucho conseguían medio almud (medida para el maíz, un almud eran aproximadamente 3 kilos y medio) pagando a precio de oro. Ante la escasez del grano comenzaron a elaborarse tortillas de ese grano mezclado con garbanzo; que aparte del mal sabor provocaban a quienes las consumían retortijones de estómago. Otras personas de escasos recursos recorrían los arroyos donde se arrojaba la basura, recogiendo desperdicios de la fruta y otros comestibles ante la terrible necesidad.
Los acaparadores de siempre
Esta crisis de falta de maíz y frijol se debió no solo a los estragos que provocó la plaga de langosta que asoló Oaxaca el año anterior, sino al ocultamiento por parte de los acaparadores y a la resistencia de los comerciantes a aceptar el papel moneda de los “revolucionarios”, especialmente los bonos constitucionalistas que inundaban el mercado sin control alguno. Por ello el maíz se podía conseguir aun cuando racionado, pagando en plata la cual también comenzaba a escasear en el mercado local.
Finamente la crisis se fue controlando gracias a la energía que impusieron los jefes serranos obligando a los hacendados a poner a la venta todo el grano que tenían almacenado al precio de un peso el almud. Aquellos que se negaron a vender fueron detenidos en el cuartel de La Soledad. Sin embargo, otros dueños de haciendas y comerciantes decidieron coadyuvar a paliar la crisis vendiendo al precio fijado, entre ellos el señor Juan Baigts, que regaló veinte fanegas de maíz para los obreros necesitados y don Miguel Calvo de la Peña propietario de la hacienda “Güendulain”. Otros comerciantes también salieron en ayuda de la población: la señora María viuda de Ibarra, dueña de la tienda “La Fuente de Oro” donó cantidades de maíz y lo mismo hizo la propietaria del ingenio azucarero de Calipan, Puebla, que envió a Oaxaca cien bultos de azúcar para ser vendida a cincuenta centavos el kilo; asimismo la firma Ángel Gamboa y Cía., y los señores Nicanor Cruz y Manuel Gracida que donaron alimentos a la población, con lo cual fue normalizándose la situación y pasó la emergencia, que dejó muchos muertos por inanición.
Dantesca la epidemia de tifo
Por lo que se refiere a la epidemia de tifo fue terrorífica, provocó la muerte a centenares de personas mientras otras más esperaban la muerte por lo cual se acondicionó el “lazareto” en la antigua fundición de San Martín Mexicapan, cuyas instalaciones fueron cedidas por el señor Jorge Moore Houston, representante de la “Oaxaca Smelting Corporatión”, espacio que sirvió para aislar a los “tifosos”, como les llamaban, que en realidad eran abandonados por sus familiares, pues desde el momento en que eran colocados en el carretón tirado por una mula para dejarlos en la Fundición, se les daba por muertos. Hubo muchos casos en que los enfermos lograron cumplir la cuarentena y escapar del lugar aquel, regresando a sus domicilios y sorprendiendo a los familiares, por el lamentable estado en que se encontraban como su hubieren retornado de ultratumba.
En otros casos los enfermos dados por muertos eran sepultados en la fosa común que se hizo en el panteón general de esta ciudad. Ese fue el caso del popular “Tío Chacapixtle”. La mortandad fue tan severa que la población de la ciudad de Oaxaca quedó reducida a la mitad, pese al arduo trabajo del Consejo de Salubridad presidido por el doctor Manuel Pereyra Mejía. Las defunciones ocurrían diariamente por docenas, presentando las calles un aspecto de desolación y el traslado de los cuerpos era un cuadro del más duro patetismo, y era tan fuerte el miedo al contagio que la gente se negaba a acompañar al cortejo hasta al panteón general y se miraban a tres o cuatro personas en el cortejo fúnebre luego de muchos trabajos para conseguir quienes cargaran el ataúd.
Buitres humanos se dieron el festín
No menos terribles fueron las escenas en la fosa común donde los cadáveres quedaban semienterrados, sin embargo, era tan grande el grado de estrechez económica que hubo individuos que venciendo al miedo al contagio y al hedor de los cuerpos los sacaban para quitarles los dientes de oro y para apoderarse de los “ponchos” (cobertores) de lana en que eran envueltos los cuerpos por sus familiares como última mortaja. Poco a poco se fue volviendo a la normalidad y la población notablemente disminuida continuó su vida sencilla de provincia.
Influenza española y meningitis
Pero al poco tiempo en 1918 apareció otra epidemia: la “influenza española” y en 1923 la “meningitis cerebroespinal”, que causaron estragos en la población. Precisamente el gobernador Manuel García Vigil pidió a don Guillermo Rosas Solaegui, componer una melodía que levantara el ánimo de la gente y de ahí surgió la pegajosa composición “Oaxaca con Meningitis” que tomó las cosas por lo cómico y no por lo trágico. Por mucho tiempo estuvo de moda la melodía, que era pieza de baile.
Pero la cadena de calamidades no terminaba pues se sintieron diversos temblores de tierra y la plaga de langosta que terminó con todo lo que fuera verde. Dicha plaga llegó de Centroamérica y una vez que rapó todo continuó hacia la costa de Oaxaca. Las mangas del acrídeo eran tan compactas y espesas que llegaban a cubrir la luz del sol por donde pasaban produciendo un sordo rumor con las alas. Incluso inundaron calles de nuestra ciudad donde la gente las ahuyentaba con cohetes y haciendo un ruido ensordecedor con tarros y todo lo que sonara fuerte, con lo cual los animalillos se ahuyentaban. No había algún método para fumigación.
Éxodo de oaxaqueños hacia México
Más tarde llegarían los sismos de 1928 y 1931 que dejaron tendida a la ciudad de Oaxaca, que propiciarán el éxodo de cientos de familias que se fueron a la ciudad de México y que tuvieron que malbaratar sus propiedades, especialmente por los rumores que se hicieron circular en el sentido de que ocurrirían sismos más fuertes, que reventaría el cerro de San Felipe de donde saldría un “brazo de mar” que inundaría a la ciudad y otras falsedades que afortunadamente no ocurrieron. Mucho se recuerda que aquella noche del 14 de enero de 1931 grupos de personas aterrorizadas atravesaban el río Atoyac para ir a pasar la noche por el rumbo de Monte Albán, ante el rumor de la inundación.
Años muy difíciles por el flagelo de la naturaleza, pero los oaxaqueños estoicos salieron adelante. Hoy el pueblo de Oaxaca sufre el flagelo de un cártel impune, formado por sedicentes maestros, que propicia daños más fuertes que las epidemias, las plagas de langosta y los temblores, pero donde la población no ha intervenido enérgicamente, ni tampoco se cuenta con un gobierno que ponga orden, pues los gobernantes de hoy no tienen punto de comparación con los que tuvo Oaxaca en la primera mitad del siglo pasado que solidarios con el pueblo lograban la unidad y la solidaridad para sumar esfuerzos ante la adversidad… ¡Qué lástima!