Roberto López Rosado
Tras permanecer en condiciones de abandono por más de medio siglo, Oaxaca empieza a dar pasos importantes que hoy le permiten mostrar una cara distinta. En su último diagnóstico sobre la pobreza en el país, el Consejo Nacional de Evaluación Coneval señala una reducción de la pobreza extrema en Oaxaca del 5.9 por ciento. Entre 2010 y 2012, el número de personas en situación de pobreza disminuyó 6.2 por ciento a decir del mismo Coneval.
Otro dato interesante que le permite mostrarse a Oaxaca de manera diferente es el que proporciona el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que señala que en estos últimos cuatro años de gobierno, la actividad económica ha registrado un crecimiento promedio anual de 3.8 por ciento. En contra posición, en el mismo periodo, la economía nacional alcanzó una tasa de crecimiento de 2.9 por ciento, mientras que en la administración anterior el crecimiento estatal fue de 1.1 por ciento como promedio anual.
En diversos momentos he señalado que “a nadie se le debe olvidar que al llegar el gobierno de coalición de Gabino Cué Monteagudo, Oaxaca era último lugar nacional en crecimiento económico; el último lugar en producto interno bruto, último lugar en inversión extranjera directa; último lugar en competitividad, sin generación de empleo y último lugar nacional en transparencia”.
No pretendo hacer aquí una defensa a ultranza del gobernador; no la necesita, su trabajo lo califica. Los datos aquí expuestos no son míos –desde luego-. Cuatro años después, las cosas son muy diferentes. La política financiera instrumentada por el gobernador ha permitido que Oaxaca cuente con estabilidad y crecimiento económico porque un gobierno reprobado, inestable, como se le ha querido acusar, no podría mantener un crecimiento de sus finanzas públicas, ni tener “alta capacidad” de pago de su deuda pública y mucho menos, estabilidad político social que lo ha hecho destacar como uno de los mejores gobiernos estatales, lo que le valió un reconocimiento por parte de la agencia estadounidense Fitch Ratings por el “buen manejo” de su política financiera y social.
Insisto, no son datos inventados. Son cifras oficiales del Inegi y Coneval o de la propia Secretaría de Hacienda y Crédito Público, lo que echa abajo las afirmaciones del PRI, quienes han dicho que ellos, “no pueden avalar la simulación de un gobierno autoritario e ineficiente”.
Sigo presentando datos duros, no opiniones. Durante estos cuatro años la entidad tuvo un flujo histórico de inversión privada por arriba de los 38 mil millones de pesos, captados preponderantemente en los ramos de minería, comercio, servicios, turismo y generación de energía eólica. El flujo de inversión extranjera directa significó 395.2 millones de dólares, 77 por ciento más que en la administración anterior.
En este periodo se han generado cerca de 29 mil empleos formales, logrando con ello poco más de 190 mil trabajadores asegurados en el IMSS, incrementándose el número de empleos en un 32 por ciento comparado con los 6 años de la administración anterior. Esto permitió a Oaxaca ser el tercer estado del país con menor tasa de desocupación. Un dato más. La SHCP en junio pasado situó a Oaxaca como la novena entidad de 31, al considerar que ha sabido distribuir los recursos públicos de manera “clara y puntual”, al regular la programación, ejecución, registro e información de los mecanismos presupuestarios”.
Ahora bien, cuando se pretende etiquetar al gobierno aliancista de “autoritario”, el pasado condena a varias administraciones anteriores a ser señalados con este calificativo. Gabino ha enfrentado fuertes intereses de quienes buscan regresar del pasado, intentado ahogarlo, asfixiarlo, afortunadamente sin éxito y sin lograr que la entidad se incendie, como buscan, porque ha actuado de manera inteligente. Fuertes intereses quisieran que el gobierno oaxaqueño hubiera actuado haciendo uso del tolete, de la sordera, con déficit de atención a los reclamos justos de los sectores más golpeados de la entidad. Tan sólo hay que recordar que el conflicto magisterial en el 2006, el conflicto magisterial en Oaxaca dejó un saldo de 20 muertos, un millón 300 mil alumnos sin clases durante cinco meses y el 40 por ciento de los establecimientos en el lugar tuvieron que cerrar por falta de ventas.
Por esto digo, Gabino ha actuado de manera perspicaz, abierto sin recurrir al camino de la represión, que insisto, muchos buscan orillarlo a transitar por ese camino. Su pecado, ya lo he dicho, tiene que ver con el hecho de no haber aceptado armonizar e implementar la reforma educativa como Peña Nieto quería imponer. Por ello, se le bloqueó para que no asumiera la presidencia de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), a manera de castigo, por no haberse doblegado a los mandatos del centro. También está obligado a atacar la corrupción de una burocracia irresponsable. No debe perder la oportunidad, como lo hizo el ex presidente Fox quien no supo o no quiso enfrentar ese gusano que se había comido la manzana que depredó el país por muchas, muchas décadas.
Al llegar a su cuarto año de gobierno, Gabino Cué Monteagudo ha cumplido con buena parte de las expectativas que ofreció como candidato de la coalición PRD-PAN-MC. Sin embargo, aún falta mucho por avanzar, por saldar una deuda histórica que tiene el gobierno estatal y, desde luego, el gobierno federal.
Sí, falta mucho por avanzar, y esto se debe en buena medida al desastre que por décadas había vivido Oaxaca, producto de la corrupción con que se manejaron los gobiernos del PRI. Sigue siendo fundamental como señalamos hace una año, seguir atendiendo los rezagos ancestrales de una población que debe dejar ser orgullo solamente cuando se habla de su pasado cultural histórico, cuando se le presume como una figurilla de barro zapoteca.
En síntesis, nadie puede regatearle a Gabino Cué no haber cumplido su compromiso de aplicar políticas sociales que han permitido mejorar las condiciones económicas del estado pero particularmente de los grupos sociales más golpeados. Oaxaca a pesar de sus problemas, cuatro años después, es otro, no como deseáramos, pero sí mucho mejor, con una cara distinta.