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Hierve el Agua, entre la agonía y el olvido

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 La indiferencia del gobierno aunada al encono entre los dos pueblos que tienen entre sus entrañas a uno de los destinos turísticos más importantes de Oaxaca, amenaza con destruir este legado de la naturaleza. En 2004, azuzada por vivales, la agencia de San Isidro Roaguía despojó violentamente a San Lorenzo Albarradas de este parador turístico y a la fecha administra los recursos que ingresan sin dar cuenta a nadie. A pesar de los multimillonarios montos de los que han dispuesto por la explotación  de las 32 hectáreas que conforman este perímetro, la zona se encuentra en el más completo abandono, ante el reclamo generalizado de turistas locales, nacionales y extranjeros 

 

David Méndez

 

La única alberca de aguas termales que funciona en Hierve el Agua, la principal atracción del turismo.

SAN LORENZO ALBARRADAS, Tlacolula.- El parador de Hierve el Agua, uno de los principales atractivos turísticos de los Valles Centrales de Oaxaca, mundialmente conocido por sus cascadas petrificadas, atraviesa en la actualidad por un periodo de decadencia, provocado por un conflicto político y territorial entre habitantes del municipio de San Lorenzo Albarradas.

Desde 2004, pobladores de la agencia de San Isidro Roaguía se adueñaron violentamente de esta zona tras acusar al municipio de incumplir con la entrega de  los recursos federales que les correspondían e impiden, desde entonces, que las autoridades de la cabecera ingresen a supervisar la forma en que se explota este territorio.

En tanto el gobierno estatal permanece indiferente ante esta problemática y ha dejado en el abandono este sitio turístico, del cual administraciones pasadas han pretendido apoderarse.

Esta pugna se agudiza durante los periodos vacacionales de Semana Santa y Verano, las épocas del año en la que más visitantes son recibidos en la zona, quienes llegan a generar ganancias, según los propios moradores, de más de 250 mil pesos diarios.

A pesar de esos ingresos, el camino principal que lleva a la zona turística no está pavimentado, lo que hace más pesado el recorrido en medio de un paisaje semidesértico, en una comunidad donde el 45 por ciento de la población ha emigrado a Estados Unidos o a otros estados de México ante la falta de trabajo.

Son las 9:30 horas del viernes 14 de abril. Viernes Santo.

Los primeros vehículos comienzan a hacer fila para atravesar el primero de los dos retenes colocados en el trayecto de cinco kilómetros que separa a San Lorenzo Albarradas de San Isidro Roaguía, una población de no más de 850 habitantes conformada mayormente por hijos y nietos de los primeros ejidatarios de Albarradas, que se han sublevado al Ayuntamiento y hoy pugnan por convertirse en una agencia libre.

El Comisariado Ejidal cobra aquí “como cuota de recuperación” 10 pesos por cada una de las personas que viajan en los automóviles que atraviesan el retén, según dice, para dar mantenimiento al camino de terracería que lleva al acceso principal del parador turístico.

Autobuses, Urvan’s, autos compactos y familiares… la pluma de metal sube y baja una y otra vez anunciando que todos cumplen con el pago.

Trece años han pasado desde aquel 14 de abril de 2004, cuando Albarradas y Roaguía se sumieron una lucha casi fratricida por el control de Hierve el Agua.

El recuerdo de aquel episodio se hace presente y deambula cada día con mayor fuerza entre los ciudadanos de ambas localidades. El encono lejos de desaparecer, parece que se hace más fuerte.

Treinta heridos se contabilizaron después del enfrentamiento suscitado el domingo 11 de abril de 2004, un día después del Sábado de Gloria de aquel año. Dos hombres fueron heridos con arma de fuego, uno con arma blanca y el resto terminó con contusiones.

Fue el día que todo cambió, cuando Ruaguía se reveló a sus autoridades y se apoderó violentamente de una de las zonas turísticas más bellas del mundo, con manantiales y cascadas pétreas que forman un paisaje excepcional, pero que comienza a decaer.

Hoy, 14 años después, Albarradas aún clama y busca con afán la manera de recuperar aquellas 32 hectáreas que afirma que le pertenecen y que no está dispuesto a perder.

Albarradas es una comunidad pobre, situada a 68 kilómetros de la capital de Oaxaca, a una altitud de mil 810 metros sobre el nivel del mar, anclada en los principios de la Sierra Mixe, en el distrito de Tlacolula.

Su población  antes sobrevivía de la venta de artesanías de palma, una tradición que poco a poco se ha ido extinguiendo. Los mil 800 pobladores que aún viven en esta zona, se dedican a la agricultura y a la elaboración de mezcal, entre otras actividades. Hablan dialecto y castellano.

A 10 minutos de la cabecera se encuentra Roaguía, la agencia de policía que entre 1950 y 1980 fue creciendo a partir de la migración de habitantes de Albarradas. Sus calles pavimentadas, las escuelas y las oficinas comunales evidencian un desarrollo económico mejor que el de su cabecera.

La división territorial entre Roaguía y sus vecinos es delimitada justamente por el fin del camino serpenteante y polvoso y el comienzo del asfalto. Presumen que su desarrollo se debe gracias al trabajo de su pueblo, a los recursos generados por Hierve el Agua y las gestiones hechas ante la Secretaría General de Gobierno, a través de una organización subversiva, que encabeza el político ex perredista, Manual Pérez Morales, quien los asesora desde el día del enfrentamiento de abril de 2004.

Ahí, a unos metros de la agencia, permanece el segundo retén que debe ser atravesado para llegar a la zona del manantial y las cascadas pétreas que atraen al turismo nacional y extranjero.

Las autoridades y los trabajadores caminan apresurados, cobrando otros 25 pesos por persona y repartiendo boletos de acceso entre los vacacionistas. Entre el ajetreo, se dan tiempo para despachar a quienes están interesados en pasar un día entero en la zona y dispuestos a pagar hasta 220 pesos por una cabaña.

Atrás, una hilera de al menos 15 vehículos espera su turno.

Decenas de mujeres, hombres y niños atraviesan a pie las veredas que guían a los yacimientos de aguas termales.

Trajes de baño, lentes de sol y sombreros multicolores inundan el escenario.  Todos esperan fusionarse con este paraíso, como lo describen la mayoría de las revistas de viajes.

El encanto, sin embargo, se pierde casi al instante. Una alberca vacía y sucia al lado del área de los comedores, es la postal que recibe a los vacacionistas.

Esta estructura fue construida por una empresa cervecera con el objetivo de hacer más atractiva la zona; sin embargo, dejó de funcionar y los administradores la dejaron en el abandono, según narra uno de los pobladores.

Sólo es necesario descender algunos metros por las escalinatas que conducen a las aguas termales, para encontrar un montículo de basura. Cáscaras de fruta y otro tipo de desechos, permanece con cientos de moscas revoloteando a cinco metros de la única alberca que funciona.

“Está sucio y descuidado”, habla entre sí una familia que intenta cubrirse de los rayos del sol bajo la sombra de un árbol, mientras ve con recelo los alrededores del “paraíso mágico”, como lo bautizó un artículo de un periódico.

El paisaje de las cascadas pétreas es tan imponente como siempre, no así la zona de recreación. Los yacimientos se contrajeron. No son aquellas albercas naturales de antaño. El agua mineralizada que emana del subsuelo forma pequeños charcos ahora cercados con barandales a los que los visitantes no pueden acceder.

“Las personas metían piedras en los yacimientos y por eso se decidió protegerlos”, apuntó otro de los lugareños.

No es la imagen imponente de las postales. El agua de la única alberca artificial que funciona no es como en las fotografías. Se ve turbia.

La segunda alberca situada en el parador no funciona, por lo que la gente opta por pasear y admirar las cascadas petrificadas, en las que se toma selfies.

Se cree que Hierve el Agua fue un lugar sagrado de los antiguos zapotecos, una de las civilizaciones más importantes de aquella región, donde los expertos han estudiado diversos aspectos de su cultura y su forma de vida; sin embargo, esa belleza parece que se está desmoronando.

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