La pintora bajacaliforniana de ascendencia oaxaqueña transmite sentimientos en sus trazos, colores y texturas; plasma historias de mujeres en lienzos verticales de grandes formatos
Ernestina GAITÁN
Hay seres privilegiados que encuentran una actividad que los hace felices, y más tocados por Dios son cuando con su trabajo logran transmitir sus emociones y se conectan espiritualmente con los otros. Una de estas personas es Carmen Galván quien en su camino de descubrimiento personal construyó un puente de trazos, colores y texturas para comunicarse con los demás.
Pinta obras de arte hace unos cuantos años y no ha expuesto en alguna galería, porque cada cuadro le ha sido comprado apenas lo termina. La aceptación de su labor artística se debe a que consigue esa conexión especial con el espectador, quien se identifica, conmueve, alegra o siente ese algo especial con la obra que de inmediato considera suya.
La artista bajacaliforniana de padre oaxaqueño quien no acepta completamente el título de pintora, comenta en una charla, que la única obra que no venderá –a pesar de las muchas ofertas- es su “Ópera Prima” que también puede llamarse “Carmen”, porque la retrata tal cual al develar su alma, sus dolores, sus alegrías, su esperanza, el amor, la vida que continúa siempre, su mundo íntimo.
Pinta mujeres, o mejor dicho, cuenta historias de mujeres a quienes refleja en lienzos verticales en formatos grandes de un metro por 1.70 o de 1.20 por 1.80, característica que para los conocedores, es un verdadero reto porque es complejo trabajar en tamaños grandes.
Las caras de las mujeres son de vírgenes y las más definidas en el trazo; los cuerpos que viste con ropas exuberantes, adornos muy femeninos y ex votos como ofrendas a sí mismas, así como colores en los que predominan los rojos, negros y azules, sus preferidos, son de mujeres sensuales, fuertes, sangrantes, ilusionadas, elegantes, parturientas.
Carmen Galván quien estudió Ciencias de la Comunicación y ejerció su profesión casi una década, se acercó al arte desde jovencita cuando como entretenimiento, compraba cuadros y empezaba a apreciar la pintura, luego a regañadientes llegó a vivir a Oaxaca, donde la casualidad la llevó a conocer y tener amistad nadamenos que con el pintor Virgilio Gómez, considerado por los críticos como el maestro de la creatividad y de la originalidad.
Lo vio trabajar, conoció su maestría, su esplendidez y desapego por lo material. Él la animó a pintar porque le veía el interés, pero ella no se atrevía. Le ofreció que vendiera su obra y tampoco aceptó y entonces él se fue a Perú y ya no volverían a verse. Sólo le queda el recuerdo de una amistad generosa y sus enseñanzas que si bien no fueron formales, las vivencias compartidas le dejaron mucho más aprendizaje del genio oaxaqueño.
Tiempo después conocería a Alejandro Filio quien llegaría a ser pintor por su impulso y luego su compañero de vida y su representado porque le vende su obra y con quien lleva más de una década de relación personal y creativa.
Carmen pinta en la mente, se imagina cómo plasmará la personalidad de las mujeres que le llaman la atención, y sólo se acerca al lienzo cuando la necesidad la invoca. No tiene horario de inspiración, ya que puede pintar en las mañanas después de dejar a los hijos en la escuela o puede hacerlo en las tardes o noches, según alterne el taller que comparte con su esposo.
Carmen Galván es una mujer generosa, a quien le gusta platicar y compartir su afición por la pintura. Divide sus intereses y amor entre su familia, sus amistades y el arte al que desea dedicarse porque es una actividad que le apasiona, le satisface y en la que ha encontrado su camino
“A veces se va por la vida sin saber qué eres, y creo que no dejas de descubrirte nunca. Me dedico a pintar sin saber si esto terminaré siendo. Sólo deseo un camino aún muy largo».