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¿Por qué ganó el No?

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“¿Por qué los guerrilleros no van a ir presos? Si quieren dejar las armas que las dejen. Si quieren entrar en política que entren, pero que primero vayan a la cárcel”, era la segunda gran piedra en el zapato para los impulsores del Sí.

 

Clarin.com

 

El inesperado golpe de timón que el pueblo colombiano le dio a la política nacional y regional con el rechazo al plan de paz con las FARC dejó una certeza y muchas preguntas, empezando por la elemental de por qué ganó el No en el plebiscito del domingo 2 de octubre.

Una primera aproximación a la respuesta, apelando a diversos testimonios recolectados durante la cobertura de la agencia Télam en Colombia, permite hacer una enumeración tosca y brutal, pero real, que lleva a la certeza señalada: la mitad de los colombianos guarda un fuerte resentimiento hacia aquellos que abrazaron la guerrilla como medio de vida y de expresión política.

Es decir, si el Sí hubiera ganado por el mismo estrechísimo margen de medio punto porcentual nada hubiera cambiado y estaríamos hoy haciéndonos las mismas preguntas.

A partir de ahí, se encadenan diversos cuestionamientos, no tan parecidos entre sí pero que sumaron para la victoria del No, porque fueron varios los reclamos, pero la mayoría nació del resentimiento, o más bien del odio hacia las FARC.

“¿Por qué un guerrillero va a recibir un subsidio de mil 300 pesos? (450 dólares) ¿Y yo qué? Yo gano 700 pesos (242 dólares) y nunca maté ni secuestré a nadie”, era una de las frases más repetidas por gente de a pie en referencia a la ayuda económica que el gobierno le iba a entregar a los desmovilizados para que se reintegraran a la sociedad.

En ese caso, quienes la formulaban se negaban a recibir comentarios que intentaran justificar la entrega de ese subsidio en nombre del bien supremo de la paz y de la posibilidad de que ese compatriota pudiera reintegrarse a la vida normal sin que llevar un fusil al hombro sea esa normalidad, pero para ellos era decisión tomada votar por el No, y el reclamo venía perfecto para justificarlo.

“¿Por qué los guerrilleros no van a ir presos? Si quieren dejar las armas que las dejen. Si quieren entrar en política que entren, pero que primero vayan a la cárcel”, era la segunda gran piedra en el zapato para los impulsores del Sí.

En este punto, el gobierno de Juan Manuel Santos nunca tuvo una respuesta demasiado convincente. El acuerdo ahora invalidado creaba un espacio judicial especial, en el que quienes confesaran sus delitos iban a sufrir pena de “restricción de libertad”, una figura que no lograba garantizar penalizaciones efectivas para los desmovilizados.

El propio Santos admitía esta situación apelando a figuras tales como “si queremos que los guerrilleros vayan 40 años presos, nunca alcanzaremos la paz” o “no serán penas de cárcel tras los barrotes y el traje a rayas, pero tendrán una situación de restricción de libertad efectiva”, y así…

Explicaciones que no alcanzaron, evidentemente: otro buen motivo para los que no quieren saber nada con darle una nueva oportunidad a aquellos que entregaron varios años de su vida a la lucha armada dejando de lado familia, estudios y el aprendizaje de determinados trabajos.

Otro fundamento -menos escuchado- era que las FARC no iban a poner un peso de su -afirmaban- cuantioso botín de guerra, pero la guerrilla echó por tierra con ese reclamo, cuando anunció que repararía con dinero procedente de su “economía de guerra” a sus víctimas. ¿Cuántos se enteraron de esto? ¿Cuántos lo tomaron en serio? ¿Cuántos hicieron como que no lo escucharon para votar por el No tranquilos con su conciencia?

Y todo esto, para no entrar en temas más finos que pudieron haber pasado de largo para el común pero no para algunos especialistas que se sumaron al rechazo del acuerdo, como la facilitación de superpoderes al Presidente y la creación de una fiscalía paralela, establecidos en el fallido acuerdo.

Todo esto, se supone, jugó a favor de la derrota del Sí, y nadie arriesga -al menos hoy- que el resultado del plebiscito haga retroceder a Colombia cuatro años y se reinstale el conflicto armado que la desangró durante medio siglo.

No. Por el contrario, la palabra de moda es “renegociar”.

“El pueblo está diciendo que hay que revisar el acuerdo”, dicen todos los protagonistas, hayan votado por una y otra posición. Gran noticia: se buscarán nuevos acuerdos.

Ahora bien, se supone que estos puntos cuestionados por tantos colombianos eran producto de mucho tiempo de diálogo, tensiones y tironeos. ¿Quién puede creer que las FARC estarán dispuestas ahora a abandonar sus jueces especiales y someterse a la justicia común? ¿Santos podría calmar a las fieras quitando el subsidio a los guerrilleros o dándoselo también a los sectores más desprotegidos?

 

Y siguen las preguntas: ¿Cómo se recuperará Santos de semejante golpe político cuando le restan aún dos años de gestión? ¿Con el triunfo del No vuelve Álvaro Uribe a ser una opción de poder? ¿Cuánto influyó la baja adhesión popular que tiene hoy por hoy el gobierno nacional? ¿El triunfo del No es una derrota para todos los políticos? ¿Qué dirá el papa Francisco, después de haberse jugado tan abiertamente para el Sí? ¿Y Estados Unidos y tantos gobiernos de la región de signos políticos tan distintos?

El plebiscito fue el domingo 2 de octubre, pero esto recién empieza.

 

 

 

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