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Un México cruel

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Alberto Vieyra Gómez

 

Los mexicanos somos crueles por naturaleza. Se ha dicho, y con sobrada razón, que el mexicano es el peor enemigo del mexicano.

Los mexicanos que viven inmersos en la minoría de edad cuando ven surgir de entre las cenizas como el ave fénix a un genio, no dudan en meter zancadillas, ningunearlo, denostarlo, combatirlo y aplastarlo.

Somos crueles. Vivimos en un México cruel.

Hay incontables ídolos mexicanos que surgen de la nada, de escenarios miserables. Son los ídolos de la cultura del esfuerzo, los ídolos populares, los ídolos eternos.

Alberto Aguilera Valadez Juan Gabriel fue uno de esos mexicanos surgidos de la nada, de un pueblo que históricamente ha expulsado braceros a los EEUU, Parácuaro, Michoacán. Ahí nacería Juanga sin padre y una madre cruel, como muchos otros compatriotas, y por escuela tuvo un orfanato, pues su madre lo abandonó ahí por un pequeño pero, era gay.

Su preferencia sexual le valdría ser señalado, principalmente por su madre, por muchos dedos flamígeros, prejuiciosos, conservadores y perversos.

Ese hecho sería el factor fundamental para que Alberto Aguilera Valadez huyera de la falsa sociedad y se mantuviese durante largos años sin que nadie supiera de él.

Huía de los periodistas amarillistas y ponzoñosos que a toda costa querían saber de su propia boca que era homosexual. ¡Qué torpeza!

Pero con mucha sutileza siempre los mandaba con cajas destempladas con su lacónica frase: “¿Te interesa mucho saberlo? Lo que se ve no se juzga”.

Sí, Juan Gabriel vivió como quiso. Es un derecho de cualquier ser humano vivir como se le antoje la gana, siempre y cuando sea honestamente y sin dañar a otros. Juanga siempre fue muy cuidadoso de esas cosas y de su vida privada.

Él sabía desde hace muchos años que con su música sencilla y filosofía popular se había ganado ya la eternidad.

Gracias a ese sencillo, pero hermoso talento, muchas estrellas de la canción se coronaron y hasta hoy comen con manteca, pues todas sus canciones fueron éxitos.

Las canciones sencillas de Juan Gabriel las podría escribir cualquier chiquillo de quinto o sexto grado de primaria, pero no lo hacen porque vivimos en un modelo educativo desastroso, así que Juan Gabriel lo hizo sin haber ido a la escuela y ese es justamente el mérito grande de ese ídolo eterno.

Siempre fue priista de hueso colorado. Pero los priistas también fueron muy crueles contra Juan Gabriel. Hace 15 años, el divo de Juárez se negaría a participar en la campaña presidencial de Francisco Labastida, y por ello, el priismo lo acusó de evasor de impuestos. Nunca le comprobaron ser como esos empresarios antipatriotas que no pagan impuestos, pero como vivimos en un México cruel, la cuestión era ensañarse con el ídolo eterno.

Qué curioso, hoy que Juan Gabriel ha muerto, los priistas en la Cámara de Diputados mandarían traer a una orquesta para que les tocara muchas veces Amor eterno, que ya es un himno del amor y la muerte, que por cierto Juan Gabriel se la dedicaría a su madre cuando ésta falleció en Acapulco.

Qué hipócritas politicastros mexicanos, falsos profetas enemigos de los mexicanos que han surgido de los escenarios más miserables.

 

 

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