Sofía Ruiz heredó de sus antepasados la magia de proteger el fuego y guardarlo en las velas para que acompañen el nacimiento, la muerte, la vida o el amor
Ernestina Gaitán Cruz
El fuego ha sido considerado sagrado en todas las culturas. En la prehistoria, los seres humanos lo resguardaban en sus cuevas para alumbrarse, mantener un ambiente cálido y para cocinar. Más tarde, el elemento también sirvió para rituales de vida y muerte en actos de misticismo y espiritualidad.
En Teotitlán del Valle hay una mujer que continúa la tradición ancestral de proteger el fuego y guardarlo en velas para que acompañen el nacimiento, la muerte, la vida y el amor; para propiciar la paz y la armonía, o para alumbrar ceremonias y fiestas comunitarias.
Se llama Sofía Ruiz Lorenzo y heredó el oficio de su abuela paterna de quien vio recolectar la cera de las abejas; aprendió que en cada temporada el material que usan para construir sus colmenas es de un color y aroma distinto y supo que siempre conviviría con estos animalitos que vuelan a su alrededor cuando hace las velas.
Después de una infancia entre 22 primas que la hicieron sentir menos y de una abuela que no tuvo amor por ella, pero que al final de su vida le heredó el oficio junto con sus instrumentos de trabajo, ahora se siente elegida, especial, porque tiene el poder de hacer velas que acompañarán a la gente en los momentos más importantes de su vida.
Además de haber recibido la tradición junto con los apaxtles (moldes de piedra), obtuvo una manera de subsistir, pero Sofía Ruiz Lorenzo fue más allá e hizo de su trabajo, un arte que es reconocido por quienes compran sus velas y por quienes conocen sus obras.
Recuerdos de infancia
En entrevista, la artesana recuerda que desde que tenía cinco años de edad, vio a la madre de su padre encerrarse sola en una cueva acompañada por el fuego, la cera y las abejas que seguían el olor de los restos de miel, para hacer velas que alumbrarían en las casas porque no había luz eléctrica.
Después fue testiga de cómo los pedidos de los compradores se fueron haciendo con fines espirituales, así presenció que el trabajo de la matriarca fue hecho con elementos naturales como la cera, los colores y los aromas, y artístico por los adornos que llevaba, lo que daba como resultado una luz muy bonita y con significado espiritual.
Pero el trabajo fue por muchos años un misterio para Sofía y le fue develado poco a poco –cuando tenía nueve años de edad– por la abuela, después de comprobar que a sus otras 22 nietas no les interesó.
Así cuando estaba enferma le heredó los apaxtles hechos de un material muy resistente porque a pesar de pasar por el calor de la cera y el frío de manera constante, no se deshacen, dice.
Algunos moldes heredados tienen la figura de un ángel que sostiene la base de las velas, ése es el sello familiar, porque Sofía ha enseñado el oficio a su propia madre –y espera transmitirlo a su hija de dos años–, quien le ayuda cuando la carga es mucha.
“Ha sido una labor de mujeres porque los hombres salen a trabajar, y tenemos que estar encerradas en una sola pieza con el fuego, ni para salir al patio, sino que hay que estar sentada en un solo lugar. Es un trabajo diario y no tengo horario. Nos quemamos, pero ya ni lo sentimos. Y las abejas que siempre nos acompañan tampoco nos pican”.
Así, con cera de abejas que todavía recolecta en el campo, aunque ha optado por comprarlo; fuego de leña que siempre mantiene vivo en una pieza; sus manos, su lengua, su saliva y sus sentimientos, Sofía Ruiz Lorenzo elabora velas artísticas con significados místicos para luego entregarlos como una luz a quien los necesite.
La importancia de la luz
El proceso es delicado y lento. Coloca la cera en el apaxtle sobre una brasa para que se conserve líquida, de ahí la toma para trabajar. Cuelga hilos de pabilos que poco a poco engruesa con capas de la cera hasta obtener el número de veces que le pidan, según la celebración.
Para hacer los adornos, saca la cera con una jícara que pasa rápido por agua fría y luego lame para desprenderla y pasarla a sus manos y con sus manos y saliva moldea poco a poco las figuras.
El color de la cera con que elabora las velas depende de las flores de cada temporada. El común es el amarillo, porque aunque sale pálido, siempre es amarillo. Es el tono que piden para las mayordomías y la costumbre en esas ceremonias es portar la luz, explica.
La luz de una vela es muy importante para nosotros en el pueblo. Cuando una pareja se une, tiene que encender la vela para iluminar su nueva etapa de vida; cuando es el nacimiento de un niño, para que descubra lo maravilloso del mundo; cuando alguien se muere, significará la paz interior de cada uno de nosotros.
Para diferentes ocasiones es muy importante. En nuestro pueblo en la mayoría de las casas tenemos altares porque todos tenemos presente la luz.
Según el pedido de colores, dice, ocupamos la grana cochinilla y el índigo y sus combinaciones para obtener más matices. Para el rosa, por ejemplo, se blanquea la cera y se agrega un poco de grana cochinilla pero con jugo de limón.
En cuanto los significados, explica, “los pájaros están relacionados con la paz y la armonía. El colibrí fue la primera ave celeste que adoraron nuestros antepasados. Las flores silvestres fueron las principales con que adornaron el espacio para hacer sus rituales. Mi abuela me platicaba todo eso y ahora empecé a hacerlo en mis velas”.
Un arte efímero
“La vela es para prenderse, lo importante es el significado que tiene y para qué lo quiere la persona. Sé que es para consumirse, no para adornar. Para mí es más importante que la enciendan, porque la luz es muy importante para nosotros
Yo siempre tengo encendida mi vela, es la luz, la paz, la armonía para todos nosotros. Es el ardor de la vida, porque eso somos, tenemos padres e hijos, y eso es la vida”.
El trabajo de elaborar velas le apasiona a Sofía Ruiz Lorenzo y ella y su familia sobreviven con los recursos que obtienen de compradores de su pueblo y comunidades cercanas.
Dice que le gustaría vender más, pero a la gente se le hace caro pagar desde 25 hasta 500 pesos, según el tamaño que puede ser desde varios centímetros hasta un metro y medio. También han tratado de venderlo en tiendas que comercian artesanías, comenta, pero se les hace caro y no les han ayudado.