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La prevención y persecución del tráfico de ideas

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José Elías ROMERO APIS/Excélsior

 

descarga (19)La ilusión nos dice que, en pleno siglo XXI, los únicos tráficos que se persiguen son tan sólo los de drogas, de armas, de personas, de contrabando, de favores, de influencias y de votos electora-les. Pero la realidad nos avisa que, como en todos los tiempos pretéritos, se sigue persiguiendo el tráfico de ideas prohibidas.

No agradan las ideas cuando difieren de las del poder. Nuestro federalismo ante los centralistas. Nuestro liberalismo ante los conservadores. Nuestro republicanismo ante los déspotas. No siempre gustamos cuando somos soberanistas, justicialistas, progresistas, equitativos, igualitarios, sensatos o racionales.

Duraría poco un temerario y obnubilado que se decidiera a desafiar, simultáneamente, a todo el stablishment. Sería depositado en las hogueras de la modernidad. Bien, a través de la exclusión o de la persecución, reservadas para los débiles. O bien, a través de la diatriba o del magnicidio, reservados para los poderosos.

No sé si, en la oscuridad de la clandestinidad, existe una especie de subprocuraduría especializada en la investigación del tráfico de ideas.  La ingenuidad perdida me dice que ello es posible, con pago de informantes, utilización de señuelos, infiltración de espías, operaciones encubiertas, intervención de comunicaciones, testigos convenidos, cazadores de cabezas, testigos de oídas y jueces anónimos. Que persiga y castigue no por lo que se hace sino por lo que se piensa.

Me parece justo aclarar que, en lo personal, nunca fui molestado por tres gobiernos presidenciales a los que he retado en el pasado, a través de la divergencia, de la oposición o del franco enfrentamiento. Por el contrario, de ellos, sólo recibí la atención de la “carpeta roja”, lo que reconozco y aprecio. Pero, también, sé que ha habido compañeros míos de abogacía, de política o de periodismo que no pueden decir lo mismo. Que los poderosos, los potentados o los prepotentes siempre vigilan, desde el poder, desde el capital o desde el extranjero.

Las ideas, como el agua, no tienen valencia propia. Pueden ser buenas o malas. Destruyen o construyen. Salvan o matan. Redimen o condenan. Ambas, la idea y el agua, pueden ser buenas cuando las hay. Pero, cuando no las hay, ello siempre es malo. El agua puede ser río o riada, riego o inundación, canal o desborde. Puede ser llovizna, lluvia o aguacero, según que brizne, que goteé o que chorreé. Puede ser desde rocío hasta diluvio.

Así es, exactamente, el caudal y el encauce de la idea. Por la innegable  idea de la dignidad de los seres humanos, hace cinco siglos abrazamos el Renacimiento y nos liberamos del Medievo. Pero, por la inconsistente idea de la heredad del planeta, hoy en día atacamos y arriesgamos la sobrevivencia de la Tierra, sin pudor y sin conciencia.

Lo verdaderamente importante es que la idea no puede eliminarse. El castigo bíblico es relativo y parcial. Volvus eris et volvus reverteris nos advierte de la muerte futura. Fuimos, somos y seremos polvo. Pero esto tiene su excepción. Volvus mens non omnis reverteris. El polvo que piensa no vuelve al polvo. La idea sobrevive y atraviesa el tiempo porque ella reencarna, a veces hasta el infinito. Ante ello, está la promesa bíblica sobre la redención por la idea convertida en creencia “hasta el fin de los tiempos”. La idea nos distingue de los demás y nos eleva sobre ellos.

Pero, adicionalmente, la idea no es estática ni unipersonal. La cosa tiene dueño único y exclusivo. La idea es de todos los que la quieran recibir. El think tank se ha movido en todo el globo. Puede comenzar como propiedad privada pero, tarde o temprano, se convierte en patrimonio común. En Estados Unidos, por ejemplo, hoy influye más en la política económica la Universidad de Chicago que el Partido Republicano y en la política de justicia tiene mayor voz la Universidad de Harvard que el Partido Demócrata. En el futuro electoral de muchos países influirán más los medios de comunicación y las redes sociales que los partidos y los candidatos. La verdadera idea política no es el tema de un discurso sino es un tema de la vida.

La mayor tragedia y la mayor penuria de una nación no residen en sus carencias materiales ni financieras y, ni siquiera, políticas sino en una carencia de ideas. Ésa es la verdadera pequeñez nacional. La mala idea puede ser mejor que la idea ausente, en lo que concierne a lo colectivo. Como el agua, casi siempre el torrente es menos lesivo que la sequía. La crecida puede matar a algunos, pero la aridez puede matar a todos.

Se gobierna con hombres, con leyes y con instituciones pero, adicionalmente, se gobierna con ideas. No ha existido gran nación carente de ideas. Por eso, es preferible confesar nuestra pobreza transitoria con un “se solicitan ideas” que abrazar nuestra soberbia pertinaz con un “prohibido pensar”. Más vale pedir prestado que dejar de comer.

Twitter: @jeromeroapis

 

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